viernes, 15 de julio de 2011

Luis Gabriel Barrionuevo

Luis Gabriel Barrionuevo.

Los relatos, la bohemia, la radio

No se llama Johnny, pero todos lo conocen por ese nombre a Luis Gabriel Barrionuevo. Es flaco, desgarbado, siempre despeinado en una bicicleta reducida a su mínima expresión: un cuadro, dos ruedas, el  manubrio y la cadena con su estrella y su piñón. No tiene la pinta que uno imagina que debería destilar un escritor como él. Cualquiera pensaría que es un señor gordo, pelado, con un portafolio pesado haciendo juego.
Se gana el pan de cada día haciendo las veces de conductor de radio, para lo cual primero tuvo la precaución de asistir a la escuela de periodismo Mariano Moreno y recibirse; ha trabajado en varias emisoras de frecuencia modulada con su programa de folclore y una larguísima lista de auspiciantes que lo siguen adondequiera que vaya. También ha sido empleado de la Municipalidad de la Capital, ha trabajado en algunos circos y parquecitos de diversiones de Buenos Aires y conoce ese mundo quizás más de lo que quisiera. Este diario lo contó también entre sus filas como avezado cronista. Y ha colaborado con la mayoría de las revistas que hormiguean en los kioscos de la ciudad.
No ha publicado su libro de cuentos todavía, aunque algunas publicaciones de cultura le editaron algunos muy celebrados por expertos lectores. Y, al revés de muchos escritores, no tiene archivo, porque si hay alguien bohemio en la provincia, ese es él. Y no hay otro, amigos, no busquen porque no van a hallar.
Una digresión. Bohemio no es quien quiere, sino quien puede. No es cuestión de levantarse a cualquier hora, no trabajar, vivir de prestado y comer salteado, eso le sale bien a muchos -lamentablemente- en este país. Bohemio es quien elige una particular forma de vida, que transitará casi siempre con su gracejo a cuestas, sin importarle que los demás sepan de su patrimonio intelectual o moral. Esconderá ese tesoro que algunos llaman inteligencia y a otros les parece que es genio inspirado nomás. Y buceará en las profundidades del alma de un pueblo para sacarle el jugo y ver qué se esconde detrás de una hinchada de fútbol o de un barrio paupérrimo de Santiago. Pero no lo hará como un sociólogo con un cuadernito, anotando lo que observa, sino viviendo esa experiencia como uno más. Porque no se diga que la pobreza no es patrimonio de los hombres que cultivan las bellas artes.

Las musas, sus cuentos
No escribe mucho Johnny, sino cuando algún amigo le pide que lo haga o lo asaltan las musas, esas traidoras. Pero tiene la mano liviana como si lo hiciera todos los días. El hombre ha penetrado en lo más profundo de los ámbitos en los que le tocó vivir y va extrayendo de ellos lo más representativo, con la  naturalidad y la frescura que da el haber estado ahí.
Ha editado varias revistas, alguna de vida efímera y otras que persisten en su ser contra todo pronóstico. Sabido es que muchas de las publicaciones más aclamadas de todo el mundo, no deben su pervivencia a la buena o mala redacción de los integrantes de su cuerpo de periodistas, sino a los anunciantes o mecenas que supo conseguir. Algunas que no pasaron del “Año I, número 1”, son más valiosas que otras que tienen varios años o décadas en el haber cultural, social o económico.
¿De qué habla Johnny en sus cuentos? Casi siempre del barrio, historias simples. Alguna crítica ha dicho que abusa de las hipérboles, pero hay quienes afirman que en él se trata de un recurso que imita cierta forma de hablar de los santiagueños cuando están contando algo. Por no decir que se va por las ramas. Porque no lo hace.
En los últimos años, la vida de Johnny ha oscilado entre Buenos Aires y Santiago, con largos períodos en las dos ciudades, quizás buscando una identidad madura no solamente en su escritura, sino también en ciertos aspectos de su temple. Esta es una característica de una personalidad dual que recorre toda su naturaleza. ¿Por qué?
El hombre proviene de una familia de rancio abolengo político y social en Santiago. Su abuelo, Nabor Barrionuevo, fue un distinguido caballero que hizo de la militancia en las huestes de la Unión Cívica Radical, casi una religión. Los avatares de la vida llevaron a Johnny a codearse de igual a igual, con algunos de los más preclaros pensadores de la actualidad a quienes trata con familiaridad, Alberto Tasso, Jorge Rosenberg, Gilda Roldán de Santucho y otros, bien conocen su vida, algunas aventuras y sus desventuras, que no serán contadas en esta glosa.
También ha frecuentado el submundo de los barra brava de Central Córdoba. Como que durante un tiempo fue casi su fotógrafo oficial y sigue siendo el principal redactor de una revista dedicada a honrar las glorias pasadas y los logros y triunfos actuales del club de Cantarranas.
Una crónica sobre Johnny Barrionuevo no debe terminar si antes no se menciona que es uno de los pocos santiagueños que ha leído a Mauricio Maeterlinck y otros pensadores clásicos a quienes muchos santiagueños conocen solamente de nombre o ni eso. Sabe al dedillo dos o tres centenares de historias de los dioses del Olimpo, lo que es mucho, si se considera que algunos maestros de escuela actuales -por nombrar un oficio cualquiera- no saben ni siquiera de su existencia. Además toca la guitarra aceptablemente bien y se destaca en ese género que algunos llaman folclore, aunque sea una suerte de pop disfrazado. Y canta sin desentonar ni desafinar, lo que es mucho en ese ambiente.
La vida ha puesto a Johnny en la frontera de dos mundos, que no son ni paralelos ni perpendiculares, sino simplemente distintos. Entre los parquecitos de diversiones del conurbano bonaerense poblado de peligros y las radios de Santiago, entre sus provechosas lecturas de grandes pensadores del mundo y el periodismo de batalla de una revista simpatizante de un club de fútbol. Algunos amigos le piden que se decida, otros han optado por observarlo y ver para qué lado disparará la próxima vez.
De una nota firmada por Juan Manuel Aragón, aparecida este año en Nuevo Diario.

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