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Leo Lospennato |
Alemania, las guitarras, el salchichón primavera
Para ser santiagueño, Leo Lospennato lleva una vida
movediza. Se recibió de ingeniero, pero fabrica guitarras. Lo identifican como
luthier, pero mientras tanto él escribe libros. En cuanto lo reconocen como
escritor técnico, ahí nomás se pone a escribir una novela. Ahora vive y trabaja
en Berlín, un lugar lejos del pago, pero al que también llama su hogar. Aqui
cuenta su experiencia, su mirada sobre lo que encontró y lo que dejó atrás.
-¿Qué es lo que más se extraña de Santiago?
-La gente, por supuesto. Mi padre y mis amigos. Al resto de
mi familia también, que andan desperdigados por el mundo. Parece que somos
inquietos ya por tradición familiar.
-¿Y después?
-La comida. Los lomitos, el locro, y el aquél legendario
cuádruple de Sossego’s que venía hasta con palmitos y salsa golf. Pero me
parece que en ese caso estoy extrañando otro tiempo, no otro lugar.
-¿También se extraña el incomparable azul del cielo, el
chipaco y el moroncito?
-Obviamente. Lo único que me alegro haber dejado atrás es el
calor, a pesar de que el invierno allá dura cinco meses.
-¿Cuál era su actividad en Santiago?
-Mi primer trabajo fue en el Nuevo Diario, mientras
estudiaba. Es una época de la que tengo hermosos recuerdos, en particular el
“Santiagueñazo” de diciembre de 1993. Vivirlo desde adentro de un diario fue
una experiencia inolvidable. Luego me recibí y allí empezó la búsqueda de
nuevos horizontes: me fui a trabajar en la IBM. La lutería profesional estaba
lejos; en aquellos tiempos todavía me ocupaba de las computadoras.
-¿Por qué se radicó en Alemania?
-La crisis del 2001 fue el catalizador. Durante los
disturbios y saqueos de aquellos días me bajaron del auto con una pistola en la
cabeza para robarme todo. En ese momento decidí que no quería vivir más en esa
“Ciudad de la Furia” que es Buenos Aires. Así que me fui a la tierra de mis
ancestros: a Italia por un año, y luego a Berlín, por razones profesionales.
-¿Cuándo se le dio por las guitarras eléctricas?
-Empezó como un pasatiempo, cuando era chico. En las
guitarras encontré la unión de varias cosas que me apasionan: el arte, el
di-seño, y la tecnología. Dicen por ahí, que el mejor trabajo que existe es
lograr que te paguen para hacer tu hobby. Y curiosamente, también encontré el
hobby dentro del hobby: escribí dos libros que se volvieron seminales en la
materia, así que ahora además de lutier también trabajo como escritor. Lo que
más me gusta, en realidad, es trabajar independientemente, cometiendo mis
propios errores y aciertos, libre de jefes y de subordinados. Claro que eso me
obliga a ser un hombre orquesta: soy ordenanza, diseñador, gerente, cocinero,
jefe de redacción y cadete. Todo junto.
-¿Sabe y puede fabricar guitarras españolas?
-Algún día me daré el gusto de hacerme una para mí. Pero la
construcción de guitarras clásicas sigue reglas muy precisas, porque está muy
ligada a cuestiones acústicas y a una larga tradición. Las guitarras
eléctricas, en cambio, suenan por acción de un micrófono, lo que me da libertad
para crear formas originales y usar materiales innovadores.
-¿Sabía que en Tucumán existe una escuela de luthería desde
hace muchísimos años? ¿Habría estudiado ahí en vez de estudiar ingeniería en
computación?
-Sí, claro, tuve la ocasión de visitar esa escuela hace ya
casi 30 años, durante mi primer año de universidad. Ni se me cruzó por la
cabeza cambiarme de carrera, no sé por qué. Igual, no me arrepiento de lo que
hice; me arrepiento de las macanas que me mandé en la vida por inacción, más
que nada.
-¿Cuál es el grupo o el guitarrista más famoso que haya
adquirido uno de sus instrumentos?
-Sin dudas la banda “Kontrust”, una de las más reconocidas
de Europa en este momento. Hay varios videos en YouTube; tocan vestidos con
trajes tradicionales austríacos pero la música es muy rockera, lo que causa un
efecto muy original. Para ellos hice un bajo y una guitarra.
-En cuanto a precios, ¿en qué rango están sus guitarras?
¿Baratas, caras, inaccesibles?
-Hay dos formas de encarar un negocio: ofrecer la mejor
calidad, u ofrecer el mejor precio. Y el mejor precio en este negocio lo tienen
las fábricas en China, Indonesia, y otros países del lejano oriente que
producen guitarras de a millones, pero con una calidad apenas acorde con ese
precio bajo. Pero este lutier solitario, crecido en el barrio Autonomía y
recibido en la Escuela Industrial, ¿qué puede hacer para competir? Yo no tengo
fábricas, ni empleados, ni un departamento de marketing. Entonces mi única
opción es apuntar a fabricar las mejores guitarras del mundo, pero pocas y
caras. Ojo, la calidad no es solamente una cuestión de talento: es, antes que
nada, una decisión de negocios. Es un mercado difícil, porque tengo muchos
colegas que hacen cosas maravillosas, en muchas partes del mundo. Pero de
última prefiero competir contra ellos y no contra una mega-empresa que destruye
los bosques con la tala y contamina los ríos con desechos.
-¿Y cómo se asegura de que sus guitarras no hagan
precisamente eso?
-Trabajo con maderas certificadas, sin riesgo de extinción,
provenientes de bosques renovables. Todo lo hago minimizando descartes y
reciclando de acuerdo a las leyes ecológicas locales. Hasta el servidor que
hospeda mi sitio web funciona con energías renovables.
-¿Construye a pedido o primero fabrica un instrumento y luego
lo pone a la venta?
-No me gusta vender, por eso trato de hacer instrumentos que
se vendan solos. Lo primero es diseñar algo totalmente único, inhallable en
cualquier otro lado. Luego lo construyo, y se lo mando a mi distribuidor en
Estados Unidos para que se ocupe de venderla, así puedo seguir con lo mío:
hacer más guitarras y escribir más libros.
-Dígame por qué tengo que comprar una tuya y no de otro
lutier cualquiera.
-Tenés que comprar una guitarra mía porque te enamoraste de
ella. Si te enamoraste de la guitarra de otro lutier, comprate ésa otra. Una
guitarra es algo que se lleva puesto, casi. A diferencia de otros objetos de la
vida diaria, un instrumento musical está en contacto con tu cuerpo, y vibra con
él. Además, para el músico profesional la cuestión es otra: ¿Por qué comprar
una Gibson o una Fender igualita a la que tienen todos, igualita a todas las
copias truchas que vienen de China, si por casi la misma plata te puedes
comprar un instrumento hecho por un lutier, en colaboración con vos, a medida
para vos? Un instrumento original es muy valioso para un músico, porque lo
ayuda a diferenciarse del resto, a forta-lecer su identidad tonal, visual, y
artística.
-Bueno, ya que es también escritor, deme sus mejores
consejos para escribir bien.
-¿Consejos?
-Sí.
-No tengo. Bukowski sí tiene. Él dice que no hay que
escribir; que a menos que las palabras te salgan del alma como un cohete, no
hay que escribir nada, que todo se escribirá por sí mismo cuando llegue el
momento. Dolina dice lo opuesto: hay que empezar como sea, incluso con una mala
idea; si no, las buenas ideas no llegan nunca. No sé cuál de los dos tiene
razón.
-¿Facebook fue un adelanto en su comunicación con Santiago o
una pérdida de tiempo?
-Metáfora extraña: al Facebook yo lo comparo con un cuchillo
de cocina. Con un cuchillo vos puedes cometer un crimen o puedes preparar un
locro de antología: todo depende de cómo lo uses. La web me permite estar en
contacto con mi familia y mis amigos, lo que de otra manera sería imposible. Es
más: la web se ha vuelto un recurso central en mi negocio. Pero creo que la
clave está en usarla como facilitadora del contacto humano, y no como sustituto
del mismo. En la web no puedes compartir un café con un amigo, no puedes hacer
el amor, no puedes darle un abrazo a un ser querido. Es una herramienta nomás,
no es la vida misma.
-¿Conoce a muchos santiagueños que vivan en Alemania?
-Aquí tengo tres o cuatro amigos argentinos. Santiagueños en
Berlín todavía no he encontrado. Pero, aunque no sean santiagueños igual saben
hacer ricos asados, con carne argentina y todo. Y en mi casa se hacen las
mejores empanadas que se consiguen desde Islandia hasta el Mar Mediterráneo.
Pero de vez en cuando nomás, porque es mucho trabajo.
-¿Está casado con una
argentina o con una alemana?
-Estoy casado con una argentina, con una italiana, y con una
(próximamente) alemana. No es poligamia: al igual que yo, mi esposa tiene
varias ciudadanías. Andrea es politóloga, y dirige una organización que
capacita activistas por los derechos humanos en el uso de tecnología para
contrarrestar la persecución del Estado en países con gobiernos totalitarios.
-¿Es difícil adaptarse a Alemania, o después de aprender el
idioma todo es más fácil?
-El idioma es la principal barrera. En Italia, luego de un
año ya me preguntaban: “¿Y vos, de qué parte de Italia sos?” Había algo raro en
mi acento, pero no me identificaban como extranjero. Claro, el italiano es un
idioma hermoso, y relativamente fácil de aprender. El alemán es otra cosa.
Alguien decía que el alemán no es un lenguaje, sino una conspiración contra la
humanidad. Hace ya 13 años que vivo acá, y todavía estoy aprendiendo este
idioma maldito. Lo más gracioso es que con mi médico, con mi abogado, y con mi
asesor de impuestos hablo sin problemas; el problema lo tengo en la panadería y
con el portero de casa, porque me hablan en dialecto berlinés y se me escapa la
mitad de lo que dicen.
-¿Los alemanes son tan fríos y distantes como dicen?
-Los alemanes no son fríos, pero son protocolares. Tienen
una fuerte tendencia a hacer lo correcto, a seguir las reglas. Por eso la
“gauchada” es una cosa relativamente rara. Uno llega corriendo a la parada del
tranvía, y el chofer te ve venir por el espejo retrovisor, pero igual arranca y
se va. No lo hace de maldito: lo hace porque allá todo sigue un procedimiento,
y el tipo no puede retrasar a todo el pasaje demorándose un minuto de más para
esperarte. Si llegaste tarde a la parada, es un problema tuyo. El lado positivo
es que, como todo funciona ordenadamente, sabes que en cuatro minutos llega
puntualmente el próximo tranvía, porque el chofer de este nuevo tranvía tampoco
se demoró esperando a nadie. Distinto es con alguien en silla de ruedas, por
ejemplo: ahí el chofer se baja, extiende la rampa, lo ayuda a subir, etcétera.
Pero estoy seguro de que esas demoras ya las tienen calculadas en el esquema de
recorridos, y el gesto no es visto como solidaridad, sino como lo que
corresponde hacer. En Alemania se deja poco librado a la improvisación: todo se
planea y se ejecuta lo mejor posible.
-¿Qué diría si oye que alguien dice “¡Tanto tiempo,
chincanqui!” y resulta no era para usted el saludo?
-No podría decir nada, por la sorpresa. Si llega a pasar,
ojalá que alguien me saque una foto justo en ese momento. Te juro que la pongo
como foto de perfil en mi Facebook.
-¿Qué sabemos los santiagueños de los alemanes y en qué
estamos equivocados cuando pensamos en ellos?
Un amigo porteño me preguntó una vez qué hacía yo en
Alemania, un lugar que él creía lleno de nazis, perros ovejeros y policías
grandotes. Imagen errónea, por supuesto. Es cierto que todavía quedan algunos
nostálgicos de los peores tiempos, pero es una actitud que la sociedad no
tolera más: aquí cualquier apología fascista o nazi te puede valer hasta cinco
años de cárcel. Vos sabes que mi hermano vive en Colombia. Una vez me dijo:
“Bogotá es una ciudad muy segura: puedes andar tranquilo por la calle porque
hay policías con ametralladoras por todos lados”. Y yo pensé que no, que en
realidad estar seguro es andar tranquilo por la calle sin necesidad de que haya
ningún policía armado en cada esquina. Eso sí, si llamas a la policía, aparecen
en tres minutos. Otro ejemplo: una vez en la calle sentí un dolor repentino en
el pecho; llamé a la ambulancia y me quedé esperando sentadito en la vereda.
Resultó que no era nada serio, pero ocho minutos después del llamado ya me
estaban haciendo entrar en la sala de emergencias del hospital más cercano,
acostado en una camilla. Como te decía antes, la clave de Alemania es que todo,
todo funciona.
-¿Qué ha aprendido de los alemanes, algo que usa en su vida
diaria?
-Esa preocupación por hacer las cosas bien, sea lo que sea
que hagas. No importa si sos barrendero o neurocirujano: vos tienes que hacer
bien tu trabajo, y basta. A veces son un poco irritantes con esa obsesión, pero
creo que a la larga es positivo. Y otra cosa interesante: la política no está
presente en la vida diaria, como pasa en Argentina. Nadie me habla de política,
nunca, para nada. Me hablan de otras cosas. Me hablan de cine, de arte, de
deportes, del clima. A veces salen en la charla los grandes temas nacionales,
como los refugiados de Siria o el terrorismo internacional. Pero no se arma
polémica. Nadie se mete en tu vida privada, tampoco; a nadie le importa qué
auto tienes, si sos gay o no, o de qué marca es tu reloj. Se respeta mucho al
otro. Piropear, insultar, hablar fuerte por el celular en público... son todas
cosas vistas como fuera de lugar. Y tampoco existe el chismerío, tal vez como
consecuencia de haber sufrido los ciudadanos en carne propia el espionaje del
Estado, tanto durante el fascismo como en los tiempos de la Guerra Fría.
-¿Piensa volver y radicarse en la Argentina o en algún lugar
de América?
-En 1930 mi abuelo dejó Europa para irse a Buenos Aires; en
1970 mi padre dejó Buenos Aires para irse a Santiago; en el 2000 yo dejé todo
eso y terminé en Europa, cerrando un círculo que me llevó a encontrar mi lugar
en el mundo. Siempre voy a llevar a Santiago y a la Argentina en el corazón,
siempre serán mi pago querido, pero lo que yo llamo “mi hogar” está del otro
lado del océano, en Berlín.
-Entonces, sin vueltas: ¿Qué es al final?, ¿santiagueño o
alemán?
-¿Soy santiagueño? Por supuesto. Pero eso no es lo único que
soy. Ser argentino, ser varón, ser bautizado católico... esas son todas cosas
que me tocaron ser. Pero ser lutier, ser viajero, escritor, ser esposo... esas
son las cosas que yo hice de mí mismo, y por lo tanto son las cosas que
realmente me definen.
-¿Qué es lo primero que hará si vuelve a Santiago alguna
vez?
-Ir a la despensa de mi padre sobre avenida Alsina, entrar
con cara seria, y pedir cien gramos de salchichón primavera y una bilz Secco.
Para ver la cara que pone, nomás.
-Última: ¿Cómo se dice “Santiago del Estero” en alemán?
-Se dice “Sankt Jakob an der Flussmundung”. Ahora, cómo se
dice “cien gramos de salchichón primavera y una Bils Secco”, eso sí que no sé.
Brevísimo manual del santiagueño trotamundos
-¿Qué es lo primero
que le recomendaría que haga a un santiagueño que va a Alemania a quedarse?
1) Irse bien. Si es posible, arreglar un retiro voluntario
en el trabajo actual, de modo de crear una reserva de dinero. En cualquier
caso, hay que irse expresando tu gratitud por la oportunidad que te dieron. Uno
nunca sabe cuándo puede desandar camino.
2) Llegar bien. Asegurarse de tener los papeles en orden
para quedarse a donde sea que llegues: tener ciudadanía o permiso de estadía, y
luego obtener la residencia. Son trámites complejos, que demoran mucho, pero
sin eso no tienes chances de quedarte. Cuidado con los “gestores” que prometen
resultados y después desaparecen con la plata.
3) Aguantar bien. Llevar una reserva de dinero para
mantenerse por al menos 6 meses sin trabajar.
4) Aprender el idioma antes de irse. O irse a un país
hispanoparlante.
4) Tener un plan de contingencia. Contactar a alguna
comunidad allá que ayude a los inmigrantes. No cualquier conocido o
comprovinciano, sino gente especializada en el tema. Y de última, comprar un
pasaje con el regreso abierto, o mantener siempre una reserva extra de dinero
para comprar un pasaje de vuelta. En el peor caso, si las cosas no van como uno
esperaba, se puede volver y tal vez intentarlo de nuevo más adelante.
©El punto y la coma.
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