martes, 19 de julio de 2011

El color de nuestra identidad

Lapachos florecidos en la plaza Libertad.

Remigio Regazzoni, los lapachos, el parque Aguirre

De pronto, y a pesar de este atípico invierno tan frío y tan largo, los lapachos han florecido, justo en su tiempo acostumbrado, como una ceremonia de reiterados gestos. Y nuestra ciudad, que en estos días extraña su cielo azul y la habitual tibieza de su sol, recibe a modo de consuelo las copas esponjosas de un rosa liláceo.
Ya forman parte incuestionable de nuestra identidad. Como los castaños en París, los tilos en Berlín, los plátanos en Londres, los cerezos en Tokio o los ginkgos dorados en el otoño de Manhatan.
De pronto, abro distraída mi ventana y el descubrimiento me sacude: Han florecido los lapachos. En este desacostumbrado cielo gris, sus campanitas tañen una luminosa sinfonía de tierno color.
Es hora, entonces, de cumplir el cometido que me impuse hace varios años, cuando la recordada Negrita de Anelli me comentó que mi abuelo, Remigio Regazzoni, fue quien trajo y plantó los lapachos en Santiago. Ah, y todos rosados, porque los blancos -acotó- son un albinismo del rosado.

La memoria oral
No encontré archivos oficiales (tampoco insistí demasiado: no tengo vocación de investigador disciplinado). Pero durante años reuní variados testimonios y pude armar hechos y circunstancias que recuperaron para mí la clara y admirable figura del abuelo que no alcancé a conocer, pero que ha sabido dejar sus huellas visibles en la tierra.
Mis bisabuelos, Luis y Emilia, habían llegado de Suiza y se establecieron en la avenida Belgrano, en una gran finca  que compraran al Ing. Rusca, aquel que habría trazado las calles de la ciudad.  En el pasaporte  del abuelo Luisín - como aprendí a llamarlo sin haberlo conocido- junto al recuadro donde debe consignarse la profesión, con elegante letra dice jardinier.  Y tan compenetrado estaba con su oficio, que todos sus descendientes heredamos (como parte significativa de nuestro ADN) esa vocación por los jardines.
Así, el hijo varón, Remigio, apenas adolescente fue enviado a Suiza, donde estudió agronomía, carrera completísima que hasta incluía paisajismo. Volvió casado con una hermosa suiza, la abuela Clelia, que habría de morir muy joven, luego de dar a luz seis hijos. Mi madre, la menor.
Sabemos que Remigio fue Director de Parques y Paseos durante muchos años. Los testimonios familiares hablan de más de treinta años en el cargo, y de entre los datos que acomodo en un incompleto listado cronológico, puedo rescatar los funcionarios con los que trabajó. El inventario va desde el Dr. Antenor Álvarez, de quien todos coinciden en recordar que le regaló una silla al parecer plegable, elevada como la de los árbitros (umpires) de tenis, para que desde allí dirija la construcción del parque Aguirre.
La hija mayor, mi tía Ñata de Vallés, fue la que más aportes hizo al rescate de la memoria y ella recordaba a algunos intendentes, que frecuentaban el jardín y visitaban al abuelo. Entre ellos, a Don Nicanor Salvatierra, en un soberbio coche con ornamentos de bronce pulido y el cochero de levita y guantes blancos. Departiendo entre plantas de ornamentos y flores, ni se imaginaron ambos, allá por 1919, que medio siglo después sus sangres quedarían para siempre unidas en bisnietos comunes.
Entre los nombres, recupero: Dr. Alejandro Gancedo, Esc. Sebastián Ábalos, Agr. José D. Palumbo, interventor Guillermo Maschwuitz, Pedro Ricci,   Dr.  Alfredo Degano,  Alfonso Latapie,  Victorio Hernández, Luis Pizzorno,  Carlos Montes de Oca, Sebastián Ábalos y el listado culmina con el Dr.  Orestes Di Lullo, pues durante su función Remigio Regazzoni fallece.
Más precisos acerca de su obra fueron los testimonios de algunos empleados municipales que trabajaron con él. El último, Antonio Celedonio Acuña, de la calle París al 2000, tuvo la buena voluntad de recibirme a pesar de su avanzada enfermedad y en la entrevista aportó datos importantes. Así, Acuña contó que, aunque los primeros eucaliptos del Parque Aguirre habían sido plantados varios años antes (sabemos que fue en 1903), Regazzoni hizo traer luego un vagón de esta especie desde el delta del Paraná. Recordó que les había hecho notar que, entre los que plantaron, había algunas especies de eucaliptos mentolados.
Señaló también que una de sus obras más bellas fue un paseo con pérgola, realizado en el Parque Aguirre, detrás de donde hoy se ubica la estatua del Kakuy. Debido a las “temperaturas caniculares”, explicó,  durante años la gente paseaba por allí disfrutando de floridos sombráculos.
Otros empleados, como Ledesma o Sierra, refirieron que, paralelo a la calle Olaechea, desde Urquiza hasta Catamarca, había formado un vivero donde se hacían los plantines que luego embellecerían el parque. Otro vivero se ubicaba en el viejo Llajta Sumaj, que luego fue expropiado para edificar el Hogar Escuela. Igualmente, en donde hoy se levanta el Hospital Regional, había una Escuela agrícola, en cuyo predio también preparaban almácigos para los distintos paseos de la ciudad.
Todos coincidieron en recalcar la gran dedicación y cuidado que Don Remigio ponía en su trabajo y exigía de sus obreros, y cómo revisaba una por una las mangueras para que no quedaran con agua porque se pudrían.  La mayoría de los parques y paseos de la ciudad fueron diseñados y hasta realizados por él. Al respecto, la ingeniera María Lucrecia Contato, reconocida docente universitaria y funcionaria municipal, aportó de sus investigaciones el hecho de que Regazzoni fue quien introdujo desde Europa u otras regiones una gran cantidad de árboles de ornamentación que existen en Santiago del Estero. De entre ellos, se destacan el pino de Alepo, pino funeralis, robles sedosos o gravilleas, magnolia grandiflora, olivo, araucaria excelsa, cipreses, palmeras datileras y canarienses,  guayacanes,  etc.
.Jorge Rosemberg, que sabe recrear poéticamente el pasado de nuestra ciudad, escribió algunos “zocos” al respecto. Los testimonios que él recogió coinciden con los míos, y muestra en fotos familiares cómo era el obrador municipal de la calle Roca, centro de operaciones del director de parques y paseos, desde donde salían los carros con dos llantas de hierro y madera con los que se recolectaba la basura. En una nota que Rosemberg titulara “Sembrando almácigos a caballo”, hay una fotografía en lo que parece la inauguración de una parte del parque Aguirre (cercana al Lawn Tennis) con todo el plantel municipal, mi abuelo - con traje blanco- al lado del intendente y adelante, sentadas y con sendos sobreritos de paja, dos de mis tías de corta edad. Por este último detalle, calculamos que podría ser alrededor de 1920.
Remigio Regazzoni murió en 1944, mientras estaba construyendo la plaza que estaba frente al Hospital Mixto (luego Comisaría de la Mujer), entre Sáenz Peña y Libertad. Las plantas que empleaba muchas veces eran sacadas de su casa, como una donación. Y él firmaba las boletas de las cañerías e implementos utilizados en el armado de los jardines. Así, cuentan los hijos que después de fallecido, de la Casa Bonacina le presentaron a su familia las facturas de lo gastado en esa última obra, las que fueron pagada como una cuestión de honor. Curiosamente, la plaza ésa nunca se terminó y nadie supo decirme si tiene nombre.

Una identidad para la ciudad
A principios de siglo, Santiago era una ciudad sin árboles. Lo comprobamos en el libro de fotografías que editara El Liberal. Y es lógico que así sea, si observamos la pobre e hirsuta vegetación  que existe en nuestro monte y la que suele formarse naturalmente en los espacios vacíos de las afueras de la ciudad : isletas de brea, jumes y cachiyuyos.
Plantar árboles es apostar al futuro. Solo un espíritu generoso y una mentalidad muy amplia y visionaria puede hacer de plantar árboles la misión de su vida. Y cuando esa labor se realiza con un conocimiento profundo, a ciencia cierta, y con pasión, el resultado puede ser portentoso.
En las primeras décadas del siglo XX se fue gestando en el país la fisonomía de nuestras ciudades. En esta circunstancia, cumple un papel decisivo el ingeniero civil Charles Thays, que en 1889 llega contratado por Miguel Crisol para diseñar el Parque Sarmiento, en la urbanización de Nueva Córdoba. Algunas fuentes lo nombran como arquitecto, pero lo cierto es que Thays, nacido en 1849 en París, había sido discípulo del prestigioso paisajista Edouard André, en cuyo estudio trabajara durante años y bajo cuyas directivas atendió obras para algunos países europeos.
A partir de 1891 ocupa por concurso el cargo de Director de Parques y Paseos en la ciudad de Buenos Aires. Desde allí influyó en forma decisiva en el diseño de los espacios verdes, especialmente en la creación del Jardín Botánico,  las Barrancas de Belgrano y  la remodelación de la Plaza de Mayo. Diseñó, también, numerosos parques de otras ciudades del interior del país.
La memoria familiar confirma una cierta amistad o relación profesional de Remigio Regazzoni con Thays, al punto de que, así como el francés eligiera el azul del jacarandá para caracterizar Buenos Aires o la exclusividad del lapacho amarillo para el Parque 9 de julio en Tucumán, don Remigio, también formado en Europa, y con estudios de paisajismo, destinó el lapacho rosado para su ciudad, por entonces sin sombra ni color.
Era algo sabido en la familia el tema de una conversación entre Thays y Remigio: el francés eligió el jacarandá para Buenos Aires porque su follaje es transparente y deja entrever los hermosos edificios de esta gran ciudad. En cambio mi abuelo necesitaba llenar espacios vacíos con la frondosidad apretada del lapacho.
Pero yo creo adivinar que, aparte de la espuma rosada de su copa, hubo una razón más honda, más íntima, que designaba el lapacho a la identidad por entonces en formación del santiagueño. Y es que, si observamos detenidamente, esta especie arbórea contiene en sí los rasgos distintivos del hombre de nuestra provincia. Comparemos sus características:
Los lapachos son descriptos como generosos (dan la belleza de sus flores, su madera noble, sus propiedades curativas) y acogedores (las distintas especies de pájaros los eligen para habitar en sus ramas).
De duro corazón incorruptible pero dócil en el manejo de su tallado. El corazón del tronco, una vez eliminado el sámago, resiste sin alterarse bajo la intemperie de la lluvia y el sol. Es excelente para ebanistería y el uso en construcciones civiles o cualquier obra que requiera fortaleza y duración.
Resiste los grandes vientos por poseer un fuerte y profundo sistema de raíces. Exigente en cuanto a luz y humedad, sensible a las heladas cuando es joven.
Es un árbol que crece lento. no tiene apuros. Sabe esperar en la fidelidad de sus ciclos, viviéndolos uno a uno con intensidad, tanto en sus desnudeces invernales como en sus derroches de vida. Su madera se va haciendo lentamente por eso logra ser tan resistente. No necesita ser descortezado como el quebracho: su resistencia le llega hasta la piel. Cuando se entrega, se entrega entero.
Su madera no se pudre. Poco a poco va saltando en astillas que regresan a la tierra madre, uniéndose al humus fértil que alimenta la vida nueva que nace a sus pies.
Nuestros lapachos florecen desde mediados de julio hasta... que ellos quieran. Son los esperanzados centinelas de la ciudad,  que descubren antes que los demás la llegada de la primavera.
Y al final de la floración, su copa parece espejarse en las veredas, con una alfombra esponjosa de corolas rosadas.
Me imagino a mi abuelo conversando con el Dr. Orestes Di Lullo, bajo sombráculos floridos o caminando por las sementeras de los almácigos que luego, plantados a caballo, adornarían plazas y paseos. Los dos tenían bien definida su amorosa misión: legarnos una identidad clara y digna. Está en nosotros rescatar las mejores herencias, hacernos cargo de ellas y, en adelante,  enriquecerlas.
Del libro inédito Desde el rescoldo: nuestros modos de ser, de Hebe Luz Ávila.

Ni los impersonales compendios de botánica escapan a la la poesía cuando  describen el lapacho rosado
Nombre Científico: Tabebuia avellanedae Lorentz ex Griseb. (Esta especie fue dedicada por el botánico Pablo Lorentz al Dr. Nicolás Avellaneda, insigne estadista y propulsor de las ciencias en la Argentina).
Familia: Bignoniaceae.
Posee un fuste recto.... La copa es semejante a un embudo tendiendo a concentrar el follaje hacia los extremos y en el estrato más superior.
Hojas opuestas digitadas 5 folíolos enteros o levemente aserrados
Fruto Cápsulas péndulas, subcilíndricas, arrosariadas..., parduscas, de dehiscencia loculicida, a lo largo del nervio medio carpelar. Alojan numerosas semillas achatadas, aladas, de color castaño, subelípticas.
El cáliz es campanulado y pubescente... La corola...posee tubo acampanado con el limbo dividido en cinco lóbulos iguales y rizados. La garganta está estriada de tonos más ósculos y de matices amarillentos... Posee cuatro estambres didínamos.... Ovario súpero y bilocular.
Corteza: Castaño oscura o algo grisácea, agrietada en los ejemplares viejos, bastante dura y difícil de desprender, forma sin embargo escamas rectangulares.


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