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Altos de la biblioteca (fachada) |
Alberto Tasso
Aunque el proceso de transformación que vivió la sociedad
argentina a partir de 1880 ha sido ampliamente estudiado a nivel nacional, constituyendo
un tópico vigente desde mediados del siglo XX, existen aún muchas zonas de
sombra acerca de cómo fue vivido en las sociedades de provincia, cómo se
articularon los nuevos códigos con los anteriores, cómo se produjo la
urbanización modernizante y como fueron afectadas las reglas de sociabilidad, y
aún las costumbres.
Dado que la Biblioteca Sarmiento nació en ese momento en la ciudad
de Santiago del Estero, nos preguntamos acerca de esa sociedad, su población, y
el clima cultural que se vivía durante las tres décadas elegidas para este
análisis. Este artículo sólo presenta un esbozo del problema y algunas
respuestas provisionales al amplio campo antes planteado. Para abordarlo se
describe el contexto nacional y provincial mediante fuentes de época y estudios
contemporáneos.
La historia de la Biblioteca fue recuperada mediante datos
de su propio archivo, investigaciones recientes y entrevistas a descendientes
de sus directivos.
El contexto
El contexto nacional ha sido estudiado por numerosos
autores, y a los fines de este texto sólo cabe referir algunas de las ideas por
ellos expuestas. Así, algunos hablan de una nueva oleada expansiva del
capitalismo en su fase industrial sobre las nuevas repúblicas latinoamericanas.
Mediante su impulso ellas se integraron más La Biblioteca Sarmiento y la difusión
de la modernidad en Santiago del Estero (1880-1915) estrechamente a la economía
europea, particularmente Inglaterra y Francia. En el caso argentino la
producción de carne vacuna y
cereales le permitió alcanzar muy rápidamente un notable
lugar en el concierto de la economía global, y junto con Australia y Canadá ofrecía
la promesa de una nueva potencia, aunque este ciclo expansivo de la economía se
detuvo luego de la Primera Guerra Mundial.
La hegemonía política de la burguesía aliada con el Ejército
se expresó en el gobierno de Julio A. Roca, sostenida por un sistema electoral
sui generis, que Germani (1960) llamó “participación limitada”, al que sólo
accedían los varones que poeseían bienes raíces y sabían leer y escribir.
En cuanto al contexto provincial, la literatura muestra la
celeridad con que se expresaron los cambios tecnológicos y las inversiones estatales
y privadas, orientados al aprovechamiento de la tierra y el bosque, obteniendo
nuevos productos dirigidos principalmente al mercado nacional.
La industria azucarera y la finca agropecuaria tuvieron
rápida difusión en la región central, en tierras cercanas a los ríos Dulce y
Salado, al tiempo que se extendía la red de riego. Los obrajes se multiplicaron
en la región forestal, acompañando la extensión de las vías, que requería
durmientes y permitía el transporte de leña y carbón.
El ferrocarril y la inmigración contribuyeron decisivamente
a este proceso, y aunque su impacto fue desigual según las regiones, se
tornaron dominantes en una economía que hasta entonces mostraba el predominio
de la estancia ganadera. Entre 1876 y 1906 se construyen las primeras líneas
férreas que vincularon a la ciudad con Tucumán, Rosario y Buenos Aires. En
cuanto a la inmigración, de 135 extranjeros en 1869, pasa a 2.307 en 1895, y
crecerá a 9.496 en 1914, constituyendo el 3,5 % de la población total. Aunque
esta proporción es reducida con respecto a la de Buenos Aires y la región litoral,
se admite que su influencia fue grande en el plano local. La ciudad
Estas transformaciones se percibieron nítidamente en la
ciudad capital, que recuperó la primacía que el período independiente le había
arrebatado: Romero (2011) sostiene que el caudillismo y las guerras internas
habían “ruralizado” la vida urbana, pudiendo esto advertirse en la pequeña
ciudad patricia y un tanto aldeana que era Santiago del Estero por entonces.
La “nueva ciudad” surgida en el 80 tendrá carácter y
apariencia burguesa. Los empresarios y políticos ya no provienen sólo de las familias
de prosapia que habían hecho de la estancia su feudo, sino de finqueros,
comerciantes y gerentes de grandes firmas, varios de ellos extranjeros. La
aristocracia nativa se difumina, y es reemplazada por una nueva clase
dirigente, pragmática y admiradora del progreso. En contraste con la vida
austera que cobijaban las casonas de adobe y tejas, ahora las familias
pudientes construían chalets y hasta palacetes en las afueras de la ciudad,
concebidos como casas de descanso veraniego.
La política urbanística del gobernador Absalón Rojas fue
decisiva, pues con ayuda del agrimensor italiano Tulio Rusca diseña un nuevo
mapa urbano del centro de la ciudad, delimitado por avenidas, cuyos nombres
recuerdan apellidos históricos de la épica independiente: Moreno, Belgrano,
Alsina, Rivadavia, y hasta contemporánea, como es el caso del presidente Roca y
del propio Rojas. En 1889 se instala el alumbrado elétrico y pocos años después
la red de agua. Arquitectura, servicios públicos, recreación, artes y formas de
vestir registran el cambio. El arte y la recreación ganan espacio: los teatros
Zanetti y Ollantay convocan a artistas y compañías de renombre, se extiende la
práctica del paseo, aparecen confiterías y salas de billar.
En paralelo, se aprecia un florecimiento de la vida
asociativa; surgen nuevas instituciones por iniciativa civil, y expresan una
condición de ciudadanía que ya no dependerá de la Iglesia Católica como en
décadas anteriores. Los “clubes” serán espacios de reunión habituales en los
sectores altos y medios: citemos los de Ajedrez y Park Lawn Tennis, junto a
entidades tales como la Sociedad de Tiro y Gimnasia, Sociedad Coronel Borges,
Sociedad Filantrópica Escolar,Centro Agrícola Ganadero, y Escuela de Gimnasia y Esgrima (Anales,
1925: 173).
Santiago del Estero tenía 8.000 habitantes en 1895. El
Estado sostenía un hospital y atendía unos pocos casos de extrema pobreza. Las epidemias de viruela, el paludismo y el Chagas endémico ponían
límites estrictos a la duración de la vida. Quizá por primera vez en la
historia de Santiago la salud comenzó a ser un problema social, y por eso los
ingentes esfuerzos de los primeros médicos profesionales y las primeras enfermeras del naciente estado
moderno por darle una respuesta apropiada.
Varios fueron los factores que incidieron en estos cambios.
Además de la complejización del aparato productivo y la estructura ocupacional, los datos reunidos señalan la
consolidación del patrón de vida urbana y la reducción de la distancia entre
estamentos y clases que eso implica.
Junto a ellos, hay otro factor que debe considerarse, porque
resume las ideas liberales de la época y la acción del Estado. Se trata del
crecimiento de la alfabetización, alentado por las políticas educativas de
Avellaneda y Sarmiento. Luego de las escuelas rurales que creó Manuel Taboada
con fondos provinciales y de la Nación, nacen de la iniciativa sarmientina la
Escuela Normal para mujeres y varones y el Colegio Nacional, las primeras en la
educación superior, que ocuparán un importante papel en las décadas siguientes.
Esta posibilidad estaba limitada a la ciudad, y sólo a
algunos de sus habitantes. Pero aun así tuvo enorme importancia en el plano
local. Veamos algunas cifras que
muestran el crecimiento de las ocupaciones con mayor calificación.
Evolución del grupo
ocupacional de profesionales, técnicos y trabajadores asimilados en
Santiago del Estero. 1869, 1895 y 1914
El crecimiento del número de maestros y profesores es el más
elevado en este grupo ocupacional. Estas cifras permiten apreciar que así como
el ferrocarril fue un vector de cambio en la economía, la educación lo fue en
el plano de la vida social y cultural, y esto se refleja en la estructura
ocupacional, así como en otros planos de la vida social.
Tres décadas después de iniciado la fase del modelo
agro-forestal la ciudad se ha diversificado en sus funciones, se ha integrado
al espacio económico pampeano mediante la circulación de capital, información y
viajeros que permitían el sistema bancario, el telégrafo y el ferrocarril. Los
fastos del Centenario dejaron un nuevo escenario urbano: la escuela homónima en
calle Rivadavia, el Teatro 25 de Mayo en calle Avellaneda, y el hospital
Independencia en avenida Belgrano.
La biblioteca
Es en este punto donde situamos al surgimiento de la
institución bibliotecaria dentro de la compleja sociedad del período estudiado.
En el caso que analizamos, debe registrarse su nacimiento en 1888 como Sociedad
Sarmiento de Socorros Mutuos. Su inspirador y primer dirigente fue Juan
Belisario Flores, que a su oficio de sastre reconocido en la ciudad agregaba el
de profesor en la Escuela Normal. Como sastre tenía trato con muchos clientes,
en la especial intimidad que exige el oficio, cuya tradición recordamos desde
el nacimiento de la ciudad moderna. Como docente y ávido lector, prestaba
libros y estimulaba la conversación sobre temas de interés colectivo.
La fundación de la Sociedad Sarmiento de Socorros Mutuos por
su iniciativa el 31 de octubre de 1888 debe ser valorada como una pionera
manifestación local del mutualismo moderno. Con sus amigos Segundo Guzmán y
Aparicio J. Páez y otros da forma en pocos años a una obra social y un seguro
de salud basado en la ayuda mutua mediante el pago de una cuota mensual. Cubría
gastos de sepelio y se proporcionaba un subsidio mensual a los enfermos, además
de otros servicios.
Flores era un atento observador de su tiempo, debiéndose
consignar su actitud moderna y tradicional a un tiempo. En efecto, días después
de la muerte de Domingo F. Sarmiento en Asunción, Paraguay, conforma una
asociación de vecinos, un tipo de nucleamiento civil que este autor alentaba.
La denominan con su nombre, y al mismo tiempo la colocan bajo el auspicio de la
Virgen de la Merced. Al unir el patrocinio de Sarmiento y la Virgen logran una sincresis que no se observa en sus contemporáneos ni en sus
sucesores.
Ciencia y fe, que fueron hostiles en ese momento, están aquí
reunidas aquí en un cruce de idearios ‘modernos’ y costumbres ‘tradicionales’,
unidos por el sentido de localidad o pago urbano. Los barrios céntricos de la
ciudad coincidían con las parroquias, en cuanto jurisdicción religiosa. La
Merced, Santo Domingo y San Francisco sostuvieron el culto durante las décadas
que duró la reconstrucción de la Catedral concluida hacia 1897.
En 1893 la institución tomó un nuevo rumbo al fundar la
Biblioteca Sarmiento por iniciativa del abogado Dámaso Jiménez Beltrán que donó
a ese fin la suma de $ 3.000, cobrada por la elaboración del Código de
Procedimientos de la Provincia. Al mismo tiempo se inició una campaña pública
de donaciones de libros en todo el territorio provincial, que le permitió
obtener no menos de un centenar de libros provenientes de bibliotecas de Loreto
y Atamisqui.
La biblioteca se alojó transitoriamente en el primer
edificio del Colegio Nacional, sobre la calle 25 de Mayo, hasta que algunos de
sus libros fueron quemados en la calle por disposición de un rector que los
consideraba perniciosos, dando lugar a la protesta de la Sociedad y a una
intervención del Municipio que condenó el hecho. La naciente institución estuvo
en el centro del debate entre la Iglesia y el Estado: en 1910 se escucharon los
discursos de Baltasar Olaechea y Alcorta y Maximio Victoria, líderes de esas posiciones
antagónicas. El pluralismo ideológico, expresado en la no distinción de razas,
nacionalidades y credos, figura aún hoy en su Estatuto.
La Sociedad compró en 1902 una casa por $ 3.000, a la que se
trasladó la biblioteca. El local no podía contener la creciente demanda de uso
en los siguientes años, y desde entonces fue preocupación principal tener un
local adecuado s sus fines; en 1906 se compró el de Libertad 674, y cuatro años
depués se colocó la piedra fundamental con la presencia del gobernador y otras
autoridades provinciales, dando lugar a otra etapa generacional e
institucional.
Las preocupaciones culturales de los profesores y
profesionales que la integraron desde aproximadamente 1900 desplazaron a las
del período fundacional de los artesanos, y en 1913 se dispuso eliminar el
servicio de socorros mutuos considerando que había cumplido su etapa y que era
necesario atender otras preocupaciones culturales.
Para entonces, el Directorio estaba formado por profesores,
entre los que cabe citar a Gumersindo Sayago (padre), Antenor Ferreyra, Ramón
Carrillo (padre) y Juan Francisco Besares. También se registran abogados y
médicos como Durval García y Teodomiro Bravo Zamora respectivamente, todos
ellos pertenecientes a la elite cultural de la época, que ocupaban cargos en la
administración municipal, provincial o nacional como funcionarios y
representantes.
Lo muestran los casos del Dr. Durval García que interrumpió
su mandato de Presidente para hacerse cargo de la banca de diputado nacional, y
de Juan A. Figueroa que al año siguiente de ocupar el mismo cargo fue designado
Intendente municipal.
En este momento, la obtención de recursos halló una
coyuntura favorable. Un subsidio del Senado Nacional de $ 30.000 permitió la iniciación
de las obras en 1910, con proyecto del ingeniero y arquitecto italiano Pedro
Vozza, que condujo la obra hasta su inauguración en 1925.
Prácticas
organizativas, lectura y política
La lectura de los Anales de la Biblioteca Sarmiento (1925) y
de los libros de Actas del período analizado ilustran acerca de la forma en que
los integrantes de las comisiones directivas, y en especial sus presidentes, veían
a la educación, al libro y la lectura, y del rol de la institución en el
contexto provincial.
En primer lugar, tomaremos en cuenta una frase del Acta de
Fundación de la Sociedad en 1888, que expresa el propósito de sus integrantes de
“ayudarse en los momentos difíciles de la existencia”.
Como justiticación del socorro mutuo que la inspiró, se
manifestará en las décadas sucesivas, y sólo puede ser comprendido dentro de la
problemática de la salud de la población, que en esos años aparece como una
creciente preocupación pública.
Se trata de las sucesivas epidemias de viruela que afectaron
a la ciudad desde 1879, que cobraron la vida de numerosas víctimas, entre ellas
la de la esposa de Belisario Flores, y de varios trabajadores de la salud que
atendían a los afectados en precarias condiciones de asepsia. Luego la fiebre palúdica se enseñorea de la ciudad,
prolongándose hasta 1901, cuando por iniciativa del médico e higienista Antenor
Álvarez se recupera mediante la plantación de eucaliptus la zona inundable,
dando origen al Parque Aguirre.
La insuficiencia de los servicios del Estado para atender
este problema era evidente, y reclamaba el trabajo de voluntarios. Como en otras
ciudades de Argentina, el concurso de sus redes solidarias fue una importante
ayuda ante el flagelo. Según los Anales y Actas, entre 1891 y 1897 la Sociedad aportó el servicio de hasta tres
médicos, abonando medicamentos en boticas y subsidios familiares al 30 % de sus
socios que se encontraban enfermos.
Pero no sólo la salud afectó la vida de la naciente
institución, sino también la vida política nacional. En 1890 se produjo en
Buenos Aires la llamada Revolución del Parque, considerada el nacimiento del radicalismo,
en oposición a la hegemonía conservadora del Partido
Autonomista Nacional fundado por Mitre. Esta nueva fuerza
política dio un paso hacia la ampliación de la participación ciudadana, que
conduciría al poder a Hipólito Irigoyen en 1916, cuatro años después de la
sanción de la Ley promovida por Roque Sáenz Peña.
Esta corriente política actuó como divisoria de aguas en la
vida social, promoviendo debates que auguraban una etapa de mayor pluralismo y
confrontación, legitimando el papel renovador de la oposición. La Sociedad
Sarmiento no fue ajena a su influjo, que provocó una grave crisis interna en
1991 y 1992. Este último año la Comisión Directiva dispuso la separación de su
socio fundador Aparicio J. Páez, embanderado en la nueva fuerza, seguida por la
renuncia de Segundo Guzmán. Recordemos que ambos habían acompañado
a J. Belisario Flores como tesorero y secretario respectivamente, en 1988.
La significativa decisión implicaba un cambio de poder en la
institución, que dejó solo a Flores al privarlo de sus primeros aliados. De
hecho, este fundador no figura entre los 27 firmantes del Acta de Fundación de
la Biblioteca el 25 de mayo de 1893, entre ellos el gobernador conservador
Gelacio Lagar. No obstante, Flores siguió perteneciendo a la Sociedad, y entre
1895 y 1900 integró la Comisión Directiva como vocal y ocupó el cargo de
Bibliotecario recientemente creado.
Luego de este primer conflicto interno los directivos de la
Sociedad serán profesores y profesionales vinculados ocupacionalmente al
Estado, que veían un riesgo en la adhesión al radicalismo, todavía marginal
aunque ya en esos años se publicaba el diario Unión Cívica.
La Biblioteca Sarmiento, fase sucesiva de la Sociedad
Sarmiento, supone una operación de alineamiento con el poder constituido en el
plano nacional y provincial, que habría de dar resultados prácticos en los años
siguientes, bajo la forma de subsidios que le permitirían sostenerse y ampliar
su radio de acción.
No obstante, se observa una continuidad en la institución,
proveniente del ideario liberal de la época, en buena parte proveniente de la
inspiración masónica que había nutrido la obra de Sarmiento. La idea de la
educación como superadora de la ignorancia de las masas populares está latente
en todo el período analizado. La advertimos en el triángulo
Flores-Guzmán-Aparicio y su actitud de servicio humanitario guiado por el
espíritu positivo de la ciencia y la distancia que la separaba del marco eclesiástico hasta
entonces dominante.
Recordemos también que la denominación de “sociedad” que
comenzó a difundirse esos años en Argentina puede ser considerado, en algunos contextos, como sinónimo de “logia”
(Corbiere, 2002), en tanto agrupación con fines filantrópicos y de servicio
formada por “hombres libres”, esto es, poseedores de pensamiento propio y de
recursos económicos que lo sustentaran. De allí que el aporte de los socios
mediante una cuota mensual fuese considerado una condición sine qua non para
mantener su permanencia. A más de las purgas por razones políticas (socios que
sembraban la “anarquía” y amenazaban el “principio de autoridad”), la falta de
pago en las cuotas por más de tres meses bastaba para su separación, concretada
en varias oportunidades cumpliendo el Estatuto al pie de la letra.
Por otra parte, señalemos el riguroso seguimiento de la
práctica institucional republicana, obediente de un Estatuto de equivalencia constitucional,
que además de requerir juramento al momento de asumir cada cargo dotaba al
Presidente de un símbolo de poder de no escasa importancia: una banda de raso
bordado utilizada en las Asambleas y otras ceremonias significativas. Esto no
quiere decir en modo alguno que los integrantes de la Sociedad Sarmiento
perteneciesen a la masonería –aunque sí fue el caso de su presidente Juan A.
Figueroa durante el período 1895-96, poco antes de fundar el diario El Liberal–
sino que estaban presentes en el geist y la práctica de la institución, junto a
otros elementos del ideario liberal de la época, tales como su independencia en
materia política y religiosa.
La promoción de la lectura y el “libre examen” que se
admitía como principio fundante tenía como destinatarios no sólo a los
estudiantes que carecían y libros propios, sino también a obreros y quienes
cultivaban artes e industrias.
Conclusiones
Creemos que la Sociedad Sarmiento es la primera expresión pública
de adhesión al ideario sarmientino en Argentina, luego comprobable en la
iconografía en moneda y escultura, el ferrocarril, y entre otras instituciones
aproximadamente veinte bibliotecas que llevan su nombre en la Argentina.
Los nuevos espacios de sociabilidad se nutrieron de la
mentalidad dominante en la época, que aportaba una nueva visión del mundo, eco
de la europea adaptada a las condiciones del país. Las ideas movilizadoras de
esta corriente de pensamiento se nutrían principalmente de tres vertientes: el
ideario republicano fortalecido en la gesta de la independencia, la concepción
liberal del orden político expandido desde la Revolución Francesa, y el
pensamiento positivo que provenía del desarrollo de la ciencia. La noción de
progreso podía reunirlos en un solo haz.
El clima de creatividad e innovación que se vivió entonces,
semejante a otras sociedades en otros momentos, ha sido atribuido a sujetos colectivos
tales como ‘minorías creadoras’ y más tarde ‘elites’.
Esta interpretación sobrestima el rol de los grupos
dirigentes, y en paralelo subestima al resto del colectivo social, colocándolo
imaginariamente en una suerte de pasividad, que habría de ser levitada, movilizada
o agitada por el impulso de las ideas. En esta primera aproximación al caso,
sostendremos que esta visión estereotipada del progreso debe ser puesta en
cuestión a través de una nueva lectura de los datos disponibles.
Fuentes
Libro de actas de
Reuniones y Asambleas. 1888-1915.
Anales de la
Biblioteca Sarmiento. 1926.
Formadora de
conciencias. Biblioteca Sarmiento. 1993.
Archivo fotográfico.
Bibliografía
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Corbiere, Emilio J.
(2002): La masonería en la Argentina,
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2011.
Sarlo, Beatriz: Buenos
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Buenos Aires, 2002.
Tasso Alberto (2007):
Ferrocarril, quebracho y alfalfa. Un ciclo
de agricultura
capitalista en Santiago del Estero (1870-1940). Alción,
Córdoba.
—(2012): “La
Biblioteca Sarmiento de Santiago del Estero (1888-
2012). Enfoques,
materiales y fuentes para el estudio de una institución
cultural”. Primer
Congreso de Historia de Santiago del Estero
y la región.
FHCSyS-UNSE, Instituto La Sagra.
(Tomado de Producción Académica 2012, de la Academia de Artes y Ciencias de Santiago del Estero)