Grupo de uturuncos capturados, fotografiados por la Gendarmería. |
La vida por Perón, los uturuncos, la guerrilla
El 14 de febrero del 2003 se apagó en La Banda, la vida de Félix Francisco Serravalle, más conocido por un alias que cobró notoriedad en un
tiempo romántico de su vida, “Comandante Puma”. El 25 de diciembre de 1959, con
un grupo de bravos compañeros entre los que había algunos adolescentes, copó la
comisaría de Frías al grito de:
-¡Ríndanse!, ¡la revolución ha triunfado!
A los policías que a esa hora estaban de guardia los encerraron
en un calabozo, lo mismo que al jefe, que bajó en paños menores porque vivía
arriba. Se llevaron las armas, municiones y un chancho asado que habían dejado
unos vecinos que se lo disputaban. Y en el mismo camión de Recursos Hídricos
que habían hurtado en Santiago, se largaron al monte tucumano a comenzar una de
las más apasionantes historias de su vida, la que los marcaría para siempre por
el nombre que habían elegido para la aventura: “los Uturuncos”, que es tigre,
en el idioma quichua.
Fue la última patriada de lo que hasta ese entonces se
conoció como la “Resistencia Peronista” o el primero de una larga serie de
hechos que luego terminaron siendo parte de la guerrilla marxista que asoló el
país.
La comisaría fue tomada con armas de madera pintadas de
negro con betún, fabricadas por el padre de Serravalle, que era carpintero y
uniformes que cosieron las “Tías”, nobles y aguerridas mujeres peronistas que,
con Melitona Ledesma a la cabeza, contribuyeron con la empresa poniendo en
riesgo su integridad física y hasta sus vidas. El objetivo de la revuelta era
ser el primer movimiento, el grito primigenio luego del cual se levantaría
parte del Ejército en todo el país a fin
de sentar las bases para el regreso de Juan Domingo Perón, el presidente
derrocado y exiliado.
Para algunos, los más jóvenes —adolescentes, algunos no
pasaban de los 17 años, hijos de familias conocidas de Santiago — la aventura
terminó pocos días después, cuando se entregaron a las autoridades luego de
haber deambulado por las sierras tucumanas cercanas a Cochuna. Otros siguieron,
como Serravalle, que anduvo prófugo hasta el 14 de marzo del 60, un día después
de que se pusiera en marcha el plan de Conmoción Interna del Estado (conocido
como plan Conintes) que, entre otras medidas restringía la vigencia de los
derechos y garantías constitucionales y habilitaba la militarización de la
población.
Serravalle había trabajado varios años como maestro de
taller en una escuela Industrial de la provincia del Chaco. Regresó a la ciudad
de La Banda, de la que era oriundo, e ingresó también como maestro de taller, a
la Escuela Industrial de la Nación de la capital. Al poco tiempo renunció para
adquirir maquinarias con las que se dedicó a la actividad privada. Con un torno
mecánico adquirido mediante un crédito del Banco Industrial, instaló su taller.
Luego de una larga detención en la que pasó por varios
penales de la Argentina, ya libre, fue entrevistado por Ernesto
Guevara, el “Che”, antes de partir a Bolivia, en un encuentro que se llevó
adelante en Santiago.
Su vida luego fue vivir aferrado a su familia, de porte
distinguido, caminaba siempre erguido y con paso militar y no tenía empacho en
contar su historia, una y otra vez, esbozando siempre una sonrisa de niño que
no lo abandonó jamás. Hay en internet varias entrevistas que le hicieran en
vida, para quienes se interesen por el asunto, algunas colgadas en sitios de
nombres que seguramente lo habrían hecho carcajear, como “El Ortiba”.
(Historia recordada por Pedro Segundo Rojas Cuozzo, “Historiador
de vivencias populares santiagueñas).
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