lunes, 2 de noviembre de 2015

Enrique Almonacid

Enrique Almonacid
El periodismo, la poesía, la bohemia
Roberto Vozza
En su edición del 29 de octubre de 1965, el diario “Clarín” dedicaba una columna a Enrique Almonacid, cuyo deceso se había producido por esas horas.
Una nota sentida y cálida en tal despedida que lo describe como de espíritu fino, observador agudo, periodista testigo del quehacer nacional, que durante muchos años escribió para el matutino de Noble.
Pero también resalta de él otra faceta que lo distinguió en sus 68 años de existencia: un poeta con la sencilla expresión del hombre de tierra adentro que, en ese su Santiago del Estero, tiene matices singulares. Porque es allí donde se entiende que el hombre es inseparable de su escenario que es tierra animada porque se nutre de su sustancia.
Excelente expresión para describir a Almonacid que un día dejó su suelo natal en busca de mejores horizontes, pero sin perder nunca el profundo amor por su tierra natal.
Había nacido en 1897. Su padre, don Pedro Nolasco Almonacid fue director de la escuela Sarmiento y alternaba tal jerarquía docente con un negocio de librería e imprenta  donde se editaban diarios y revistas. Y Enrique, reemplazó los soldaditos de plomo y la pelota por las máquinas, los tipos y la tinta, hasta llegar a imprimir su propio periódico, “La Avispa” con tan solo 15 años de edad. Era 1914 y en mérito a ese talento, don Juan Figueroa lo incorporó para escribir en el diario “El Liberal”, dando inicio a su carrera periodística que concluirá en Buenos Aires.
Un viejo tipógrafo de entonces, Cándido Fernández Oro se lo había recomendado a don Juan, quien le enseñó el oficio.
Entretanto ya asomaba el poeta, definiendo su neto perfil bohemio y romántico, que al decir de su prólogo en “Palabras de Inconstancia” son “versos de amor cotidiano. Versos que nacen junto a ellas como un rezo en los atardeceres, sin angustias y sin prisas. Cuando ya nadie tenga amor para nosotros, estos versos serán como el avemaría de los recuerdos…”
 Así fue como Almonacid se vinculó y participó activamente de las expresiones y movimientos de la cultura santiagueña de entonces, a la par de reconocidos escritores.
Estaba en todas esas inquietudes como la de la renombrada estudiantina de 1928 que actuó exitosamente no solo en la ciudad capital y pueblos del interior, sino en sus incursiones por provincias del noroeste. Allí se desempeñó como secretario artístico a la par de Marcos Briscio Córdoba, Sebastián Alen García, Miguel Angel Figueroa, Washington Franklin Buasso Lépori, Victor Correa y Sebastian Abal.
Ese año será clave para su futuro en la prensa. Estimulado por Bernardo Canal Feijóo, publica su primer libro de poemas “Los motivos del grafófono” definiendo su neto perfil sentimental e intimista. Y seguramente, ese estrecho vínculo con el destacado escritor le sirvió para animarse y probar suerte en los medios gráficos metropolitanos.
Primero fue en “Crítica”, a inicios de la década del 20. Volvió a Santiago y por 1935 se radicó definitivamente en Buenos Aires donde tuvo su paso por la agencia Saporiti hasta llegar a “Clarín” que lo destacó como cronista de la Casa de Gobierno.
Cuando se vinculó al desaparecido diario fundado por Natalio Bottana, Almonacid fue protagonista de un hecho singular.
“Crítica” decidió mediante la colocación de altavoces en los accesos al matutino, retransmitir la histórica pelea que sostuvieron Luis Angel Firpo y Jack Dempsey en 1923.
Claro, esa transmisión debía atravesar el mundo para llegar a Buenos Aires y se la escuchaba con un retardo de 40 minutos.
Se optó entonces por aguardar esas esperas con un improvisado show musical donde estuvo Atahualpa Yupanqui haciendo varias de sus interpretaciones a la par de Almonacid y de Juan Carlos Franco para cantar vidalas y chacareras.
Yupanqui en sus memorias recordó el hecho y mencionó a los protagonistas.
Cuando militó en “Clarin” le tocó justamente, en esa misión de cronista de gobierno, vivir allí intensamente los episodios del golpe militar de 1955.
La sede gubernamental fue epicentro de los bombardeos aéreos y se recuerda –fue noticia a modo de anécdota–  que Almonacid en su interior, se cubrió la cabeza con las voluminosas guías telefónicas de la ciudad de Buenos Aires como forma de proteger su integridad física cuando las bombas lanzadas desde el aire hacían blanco en los techos de la Casa Rosada.
Su actitud no dejó de causar curiosidad y un poco de gracia a la vez, pero Enrique terminó afectado psíquicamente. Durante un tiempo cualquier referencia a aquel suceso aunque fuese soslayadamente, lo sumía en súbitos ataques de pánico.
Almonacid nunca olvidó a Santiago. Fue un apasionado de su folklore y de su poesía. Y en esos pocos días de permanencia cuando le tocaba visitar su suelo natal desplegaba incansablemente toda su bohemia visitando sitios y departiendo con su enorme legión de amigos.
Almonacid, cuya obra literaria se cita en la “Antología de las Letras Santiagueñas” publicada en 1948 también es autor de “La Cola del Cometa”, obra teatral; “El Alma Mula”, ensayo de novela; “El sendero de los lirios” y otras publicaciones poéticas.

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