sábado, 9 de julio de 2011

1907. Telesita

La Telesita, imagen tomada de Cultos populares.

Efemérides, fundamental leyenda

El tiempo va borrando, como es natural, los recuerdos que teníamos de la Telesita, de aquella niña inocente, mishquila, que se hizo querer por su bondad, por su amabilidad, por su pureza, por su pasión por la danza y su afi-ción a las bebidas que no logra-ban quitarle su dominio de sí misma ni su agilidad para circular velozamente por los bosques sin ser sentida.
¿Quién fue la Telesita? El 8 de enero de 1907 ‘El Liberal’ la recordó. En aquel tiempo ya tenía categoría de mito. Antes, en 1905, Nicolás Granada en Buenos Aires había publicado un artículo sobre ella, "una santa alegre, vagabunda, amiga del baile y de las aventuras misteriosas. Un ser extraño, mezcla de misticismo, de idiotez y de malicia".
Mucho después, Agustín Carabajal dirá que "por las costas del Salado / sus pasos van extraviados", en una chacarera que se ha hecho clásica en nuestro folklore. Las versiones antiguas la pintan vagabunda, pero no extraviada; al contrario, de un modo misterioso corre, rauda, sin que las espinas atajen sus pies desnudos. Algunos la recuerdan por el Salado pero otros por el Dulce; más concretamente: se dice haberla visto en Tuama.
"¡Ay, Telésfora Castillo! / Tus ojos no tienen brillo" dice Carabajal y todos repetimos. Pero, ¿ése era su apellido, o un artificio buscando la rima? Don Julián Cáceres Freyre en 1948 vino a Santiago y visitó escuelas de la campaña para recoger de los chicos sus conocimientos folklóricos. Le dieron distintas versiones sobre la Telesita; ninguno la nombró como Castillo. Varios coincidieron en que era Telésfora Santillán.
Algunas versiones, con cariño, la recuerdan como faltada. Otras, crudamente objetivas, la califican dementa. Se la veía llegar, solícita, a los lugares en que había gente con sufrimientos; in-faltable en los velorios. Y también infaltable en los bailes, en las alojeadas, en las libaciones. Versiones antiguas dicen que murió en un incendio del bosque, pues de noche, viendo su luz, acudió pensando que era una farra. Pero el tiempo ha pulido esta memoria: se recuerda que en el velorio de un angelito -todos machados- las velas prendieron fuego a una cortina y se inició el incendio del rancho. La gente corrió afuera para salvarse; sólo ella atinó a entrar para sacarlo al angelito, dicen unos, y otros que para salvar a la criaturita de un vecino que dormía adentro mientras en el patio se bailaba.
Apagada la hoguera -del bosque o del rancho, vaya uno a saber- entre las cenizas se encontró un dije de plata que ella usaba en el pelo. El dije parece un símbolo de su pureza en medio de las cenizas de los jolgorios que ella con tantro entusiasmo animaba.
Nota aparecida el 8 de enero de 1996 en Nuevo Diario, firmada por Silvestre Aquino.

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