viernes, 6 de noviembre de 2015

Hacia una sistematización de la literatura escrita por mujeres


"Las desigualdad obligó al silencio"

*Hebe Luz Ávila
Por qué las mujeres
Me atrevería a aventurar que Anónimo, que tantos poemas escribió sin firmarlos, era a menudo una mujer. 
Virginia Woolf.

La mujer individualizada como sujeto de un discurso intelectual es algo muy nuevo en la larga historia de la humanidad, ya que desde hace mucho menos de un siglo recién el foco de algunos sectores del pensamiento se ha centrado en la mujer. Con la aparición del feminismo – considerado como una oposición moral a la dominación masculina- se pone de relieve algo al parecer antes no notado: que las formas de pensar en los diversos ámbitos de las sociedades están plasmadas por y para las personas del sexo masculino. En efecto, el discurso de la historia, la filosofía, la política, y hasta el religioso siempre se ha formulado desde la primera persona del masculino. Más aún, el sujeto de la historia - desde el hombre de las cavernas, el medieval, el renacentista, etc. – siempre ha sido masculino, lo mismo que todo el pensamiento humanista tradicional. Decir "las edades del hombre" para referirse a la evolución de toda la humanidad es un ejemplo de este pensamiento androcéntrico, pues con ese término no se sabe si, o se intenta englobar a las mujeres, que en ese caso forman parte de él invisibilizadas o, si no fuera así, quedan excluidas. El androcentrismo supone, por tanto, considerar a los hombres como el centro y la medida de todas las cosas. oposición, el hombre, es decir la masculinidad como objeto de estudio.
En realidad, aunque se nombra como hombre, se trata de un ser asexuado, pues no se identifica como hombre o como mujer. Recién la nueva visión de los estudios de género intentará consolidar un nuevo sujeto marcado por el género y distinguir a la mujer separada de ese sujeto históricamente sin sexo. Y así, de esta nueva visión, surge luego, por con este movimiento la mujer adquiere - por su propia lucha - el derecho a expresarse. Sin embargo, y si nos instalamos en el mirador de la Historia, distinguimos que algunas veces los hombres la han hecho objeto de su referencia generalmente para menoscabarla o demonizarla (Lilith, Eva) en un discurso misógino.
Parece ser que desde siempre la mujer ha inspirado en el varón un poderoso sentimiento de miedo, a causa, esencialmente, del enigma de su maternidad, de su vínculo con la naturaleza y de la atribución de una sexualidad imaginada como insaciable y devoradora. De esta manera, el hombre, dueño de una mayor fuerza física y con mayor libertad al no tener que asumir las cargas y limitaciones propias de la generación de hijos, intentó dominarla. Así, consiguió confinarla en un rol económico-social inferior, tacharla de irracional (Aristóteles la considera "macho deficiente e imperfecto") y cerrarle el acceso al poder y a la cultura.
Desde siempre, la mujer ha sido condenada al silencio, o desterrada su habla al interior del hogar, puesto que, si saber es poder, tomar públicamente la palabra representa uno de los mayores ejercicios del poder. Por ello, refranes populares antiquísimos la circunscriben a su lugar: "La mujer y la sartén en la cocina están bien", y más adelante, los revolucionarios franceses - aquellos que levantaron la bandera de lucha contra la represión y la desigualdad - mostraban su incongruente misoginia con el lema ahora ofensivo:"La mujeres a la cocina o al burdel".
Con todo, no podemos desconocer que, a pesar de las restricciones impuestas, hubo mujeres que desde siempre escribieron enfrentando a su época. Nos basta recordar, cronológicamente, a Safo, Eloísa, Santa Teresa de Jesús, Sor Juana Inés de la Cruz, Madame de Staël, George Sand, Emilia Pardo Bazán, Virgina Woolf o Simone de Beavoir.
Generaciones y generaciones de mujeres pasaron su existencia confinadas en el silencio y el sometimiento a los injustos roles establecidos. La mayoría de ellas han aceptado e interiorizado, por siglos, los estereotipos femeninos y el restringido marco vital, ideológico y moral que se les señalaba. Así, desde la época clásica y hasta entrado el siglo de las luces, se consideró que era contraproducente que las niñas aprendieran a leer y a escribir. Por esta causa, muchas mujeres escritoras se sintieron torturadas por estar desobedeciendo las normas, al hacer algo prohibido. Recordemos que, por estas circunstancias, durante siglos las mujeres que querían estudiar o escribir tuvieron que encerrarse en conventos y hasta usar nombre de varón.
Consecuente con esta realidad, la crítica literaria se ha caracterizado por poner énfasis en la literatura masculina y marginar las creaciones femeninas. Cientos de antologías no incluyen ni una mujer entre los autores seleccionados, aunque no todos los hombres que en ella aparecen sean geniales ni sus escritos representen la más alta literatura. Desde hace pocas décadas, el péndulo de la crítica comenzó a inclinarse hacia la literatura de mujeres. De ahí nuestra intención con una idea de hacer justicia: poner en el otro platillo de la balanza la literatura de mujeres. Cuando el fiel llegue al punto medio, señalará un centro más ancho del universo literario, contenedor de toda la literatura, y solo habrá diferencia, entonces, entre las obras estéticamente superiores y las inferiores.

Qué entendemos por literatura de mujeres
La pregunta acerca de si existe una literatura de mujeres nos recuerda, en parte, a aquellas que se hacían los teólogos en el siglo XIII sobre si tenían o no alma las mujeres.
Dejaremos de lado otras divisiones más sutiles, y solo nos ocuparemos de la literatura de mujeres, es decir, el conjunto de obras literarias cuya firma tiene valencia sexuada: el corpus literario escrito por mujeres.
Estamos al tanto de las extensas disquisiciones acerca de literatura femenina y literatura feminista, de la evolución del feminismo de la igualdad al de la diferencia y algunas posiciones que rechazamos por extremas y fuera de lugar. Así, las que invitan a las mujeres a "escribir el cuerpo" con lo intrínsicamente femenino - la vagina, el vientre, los pechos, los líquidos propios- para librarse de lo que consideran predominación falo-logocentrista masculina. O la que incitan a sus congéneres a lograr una escritura política y militante para expresar un nuevo mundo que no esté basado en diferencias sexuales, a fin de destruir el concepto de "mujer" y sustituirlo por el concepto de "lesbiana". No nos adscribimos a ninguna de estas posturas, que consideramos desnaturalizadoras y retorcidas.
Resulta muy difícil clasificar a un escritor... y si lo intentamos, su encasillamiento terminará siendo incompleto, injusto. En efecto, podría tratarse de un autor que escriba en más de un género literario, o alguno clasificado con un enfoque étnico/nacional, en el que deberá quedar afuera el plus que no corresponda a su visión de la cultura local. En muchos casos, si no conocemos al autor o autora, es improbable la determinación tajante de que un texto esté escrito por un hombre o una mujer. Por ello, Virginia Woolf escribe: "es imposible averiguar el sexo de una frase".
Sin embargo, en este trabajo intentaremos señalar los rasgos propios que pudieran observarse en la literatura escrita por mujeres, basándonos en los estudios más serios realizados desde la investigación lingüística.
Por otra parte, y debido a esa historia de represión y de desigualdad que obligó al silencio, pensamos que las mujeres pueden aportar un punto de vista particular a la cultura humana en general y a la literatura en particular. Porque, como señala Rosa Montero, " hay una historia que no está en la historia y que sólo se puede rescatar escuchando el susurro de las mujeres".

Una expresión diferente
El testimonio de las mujeres es ver lo de fuera desde dentro. Si hay una característica que pueda diferenciar el discurso de la mujer, es ese encuadre. 
Carmen Martín Gaite.

Entre el hombre y la mujer hay diferencias biológicas que determinan dos identidades distintas. Aparte de las obvias y visibles - que ya desde la primera ecografía pueden distinguirse-, recordemos que en su génesis, los primeros 22 pares de cromosomas del embrión son iguales en ambos sexos. Esa es la prueba máxima de la identidad esencial entre hombres y mujeres, y -podemos ir más allá aún - la que demuestra que el ser masculino se forma a partir del primigenio femenino, con una pequeña diferencia en la última etapa del proceso: el par de cromosomas 23 ( XX en las mujeres y XY en los varones). Desde hace pocos años, se ha determinado que el gen llamado SRY del cromosoma Y es el que inicia, en la séptima semana de gestación, el proceso de masculinización del embrión, al activar en cascada otros genes que ocasionan la transformación de las gónadas indiferenciadas en testículos. Si este gen no llega a actuar, se forman el útero, trompas de Falopio y vagina, y desaparecen los tejidos que se convertirían en órganos sexuales masculinos.
A partir de entonces, comienza un largo y complejo proceso en el que interactúan la biología, el ambiente y la educación hasta que el nuevo ser humano alcance su estado adulto.
La biología identifica otras diferencias. Así, ya es una evidencia científica la mayor longevidad de las mujeres, mientras que los cardiólogos han comprobado en los varones una mayor predisposición a los infartos. Por su parte, los neurólogos reconocieron una organización de los hemisferios cerebrales más asimétrica en los varones que en las mujeres en lo que concierne al habla y a las funciones espaciales, a la vez que comprobaron la superioridad femenina en las actividades verbales frente a la superioridad masculina en las tareas visoespaciales (evidentes ya desde la infancia, aunque acentuadas a partir de la pubertad)
Al parecer, los experimentos, confirmarían la tesis popular de que mujeres y varones perciben el mundo de maneras algo distintas y talvez con el tiempo puedan explicar las causas por las que las niñas empiezan a hablar antes que los niños, o poseen un mayor vocabulario, o si la zurdera más frecuente en los varones tiene relación con la dominancia cerebral; también por qué el tartamudeo es casi exclusividad de los varones, quienes por lo general tienen voces más graves o la causa de la tendencia de las mujeres a ser más daltónicas.
Sin embargo, estas diferencias se relativizan con las circunstancias –socioculturales especialmente- de cada individuo, y terminan siendo discrepancias solo de grado.
Si intentamos establecer rasgos característicos en la escritura de mujeres, antes deberemos tratar de señalar los propios del habla femenina, ya que, consecuentemente con estas determinaciones científicas, se han reconocido, desde la lingüística, notas distintivas de un sociolecto femenino. Este sociolecto es resultante de una correlación entre la variación lingüística y el sexo, aunque la variación lingüística que se da entre hombres y mujeres talvez sea consecuencia del género y sólo indirectamente del sexo (Eckert, 1989).
En las últimas tres décadas, la distinción entre sexo y género ha sido objeto de miles de páginas de definiciones y estudios. Señalemos que el término género sirve para estructurar la fundamental diferencia entre la femineidad y masculinidad como conceptos elaborados socioculturalmente (estereotipos), frente a los significados tradicionales del sexo (macho y hembra), asentados en diferencias puramente biológicas.
Indudablemente, las palabras del diccionario están en el diccionario a disposición de todos, la gramática que se emplea para crear las oraciones es una sola y las teorías y escuelas literarias no presentan una variación femenina y otra masculina. No hay palabras exclusivas para hombres y otras para mujeres, sin embargo todos reconocemos que las más expresivas y delicadas suelen ser más usadas por mujeres y las malsonantes o insultos aparecen con mayor frecuencia en boca de hombres. Así, en lo relativo al vocabulario, Robin Lakoff (1995) reconoce algunas en la frecuencia de aparición de algunas voces, como distinciones léxicas, en campos específicos como el color (magenta, malva, chocolate) o abundancia de adjetivos valorativos positivos (adorable, encantador, divino). De igual manera, la profusión de elementos que sirven para dar énfasis, como diminutivos y superlativos.
Pero las diferencias más significativas parecen estar en el componente pragmático del habla de cada género (en la interacción comunicativa), de lo que se ha podido corroborar, luego de ingentes estudios, que los hombres tienden a imponer más su tema de conversación, en un discurso dominante, que prescinde del interlocutor, mientras las mujeres plantean más preguntas (Zimmerman y West, 1975). En cuanto a los turnos de la conversación, los hombres interrumpen más a las mujeres que al revés. Es decir, es más de uso masculino el discurso asertivo, argumentativo, con intención de mantener el control, mientras que el lenguaje empático, el diálogo y la búsqueda de avenencia son más propios de las intervenciones femeninas.
Con los estudios transculturales, se ha señalado también en el habla de varones y mujeres una marcada discrepancia, con un estilo explícito o directo en ellos, e implícito o indirecto en ellas, lo que se patentiza en las maneras de connotar la cortesía y de salvar las apariencias, en las mujeres con mayor uso de recursos de atenuación (Brown y Levinson, 1987).
Sin embargo, las diferencias entre género no pueden desvincularse de la posición social que ocupan los hablantes, ya que la presencia de estos recursos se incrementa en los contextos comunicativos en los que se hacen más patentes las desigualdades de poder.
Por otro lado, las investigaciones sociolingüísticas coinciden en observar que, en iguales condiciones de edad, clase social y nivel educativo, el habla de las mujeres es cualitativamente mejor y con un vocabulario más rico, una sintaxis más completa y una pronunciación más cuidada que la de los hombres.
En realidad, las notas distintivas en la expresión femenina parece deberse más que a alguna determinación biológica, al hecho de que han sido educadas para responder al estereotipo por el cual la sociedad espera siempre que las mujeres se comporten en todos los sentidos mejor que los hombres.
Uno de los descubrimientos más indiscutibles en el estudio de la variación lingüística debida al género, es el hecho de que las mujeres utilizan menos formas no estándares que los hombres. Esto fue verificado en trabajos de campo en muy variadas comunidades e idiomas y en hablantes femeninos de todas las clases sociales. La llamada teoría del mercado lingüístico explica esta situación en que las mujeres hacen uso del prestigio lingüístico por falta de prestigio material (Eckert, 1989)
Otra explicación que no desplaza a la anterior es la teoría de la imagen, que explica que los grupos subordinados tienen que ser corteses. Durante siglos, las mujeres han tenido menos poder que los hombres, por lo que se ven forzadas a mostrar respeto y a mantener su imagen (es decir, su autoestima). Al emplear una variedad lingüística estándar (desechando las formas vernáculas o vulgares) parece que se satisfacen ambas pretensiones, pues son educadas con el interlocutor y reclaman respeto al marcar su propio prestigio. Para la preferencia femenina de estas formas hay otras explicaciones, como la crianza de los hijos, pues al tener conciencia de ser un modelo - también lingüístico- para ellos, utilizan las formas "más correctas". Asimismo, estamos en condiciones de aportar otra razón que justifica esta particularidad, en el empeño propio de mujeres de agradar, de ser aceptadas, de gustar, el mismo que las lleva habitualmente a arreglarse y embellecerse.
A pesar de su novedad, los estudios sobre las particularidades lingüísticas de las mujeres resultan inabarcables, y algunos exageradamente minuciosos* , aunque las diferencias terminan siendo solo de grado.

Un estilo femenino
Mi única ambición es llegar a escribir un día, más o menos bien, más o menos mal, pero como una mujer. (...) Pues entiendo que una mujer no puede aliviarse de sus sentimientos y pensamientos en un estilo masculino, del mismo modo que no puede hablar con voz de hombre. 
Victoria Ocampo.

Los rasgos distintivos del habla de mujeres es posible que se vuelquen también en su escritura, y que aparezca así la connotación de un registro femenino. En efecto, si atendemos a los enfoques lingüísticos (que comenzaron estudiando la lengua como una abstracción, desconectada de toda circunstancia, luego – muy recientemente- el análisis del discurso, de la conversación, el textual), habrá que esperar a Benveniste para que se enfoque al sujeto de la enunciación. Así, la presencia del locutor en la enunciación hace que cada instancia del discurso se instituya en un centro de referencia interna expresada por formas específicas (deixis) y procedimientos accesorios ( la modalidad).
Greimas irá más allá, al centrarse en ese sujeto y afirmar que no se puede hablar de enunciación sino en la medida en que está enunciada.
Y que para conocer quién habla en el discurso habrá que reconstruirlo o descubrirlo con un esfuerzo de interpretación (lo que Hjelmslev llama encatálisis). Greimas entiende que las instancias de enunciación puestas en discurso tienen su fuente en la subjetividad enunciante. Para hacer un análisis de discurso, se deberá hacer una reconstrucción de las condiciones (subjetivas) de producción. El sujeto así planteado (en la literatura el autor, o autora en nuestro estudio) centra la significación con relación a un saber y a un hacer (piensa, enuncia, afirma, desarrolla una actividad cognitiva). Así también, las modalidades mediante las que se expresan las competencias del hacer del sujeto tienen que ver con el querer, el deber, el poder y el saber hacer. En la dimensión del ser del sujeto es donde se manifiestan las pasiones, que se organizan a través de una sintaxis de modalidades. Este sujeto pasional de la enunciación se establece no sólo por la combinación de modalidades sino también por modulaciones, las que comprenden un conjunto de rasgos aspectuales y tensivos que acompañan a toda pasión. Las modulaciones serían así rasgos del plano de la expresión - el estilo de una pasión- que permitirían establecer la presencia de determinada pasión. De esta manera, se puede reconocer al depresivo por la disminución en el ritmo de sus movimientos, o al ansioso por su agitación.
Buscando el lugar donde estarían ocultos los rasgos de género, surge la lingüística crítica y estilística feminista, las que trabajan sobre la teoría literaria y sobre la lingüística con el objeto de producir análisis de los textos a partir de modelos lingüísticos, y así determinar cómo se representan los significados de género en la cultura. A su vez, el aporte de Voloshinov (" La palabra siempre aparece llena de un contenido y de una significación ideológica o pragmática") establecerá un marco para la posición de sujeto de género a partir de las condiciones de producción simbólicas de la cultura y de la ideología, ya que ése es el lugar de su emergencia discursiva como sujeto de la diferencia sexual.
Por ello se asegura que toda literatura es autobiográfica, porque proviene de la experiencia del autor, que aun cuando no escriba en primera persona, crea sus personajes - consciente o subconscientemente - según sus propios rasgos personales o los de otra persona que conoce. La escritura proviene de su experiencia: de allí vienen sus ideas, los acontecimientos, los lugares descriptos, las imágenes.
A pesar de la poca antigüedad que tienen los estudios sobre la escritura de mujeres, se cuenta con un ingente número de ellos en todo el mundo, de los que trataremos de señalar los resultados más coincidentes. Destaquemos, a la vez, que este reconocimiento de características propias en la literatura escrita por mujeres es posible porque todavía es lo bastante minoritaria y excepcional (por razones históricas no hay una simetría con la escrita desde siempre por los hombres**) aunque, a medida que sean más las mujeres que escriban, habrá mayor diversidad y posiblemente se irán diluyendo estos rasgos comunes.
La mayor coincidencia talvez sea la de reconocer la existencia de un imaginario propio del género, así como una historia también propia (un "vivir y escribir como mujeres"), el uso de un lenguaje más reflexivo, matizado y sensual, con cierto tono intimista. Consecuentemente, las escritoras se inclinan hacia un mayor empleo de la primera persona y la autobiografía, una mayor presencia de lo cotidiano y una forma distinta de tratar las experiencias eróticas. Se contrapone un estilo más visual y descriptivo en los hombres y más sensual y plástico en la mujer, pues ellos tienden más a contar lo que ven y ellas lo que sienten. Hay unanimidad en destacar una serie de tópicos como la relación madre-hija, o la de pareja que, desde el punto de vista de la mujer, se distinguen de la perspectiva masculina.
Una constante muy definida se da en la defensa de unos valores originados en la relación con el orden simbólico de la madre y lo divino, y que inclinan tradicionalmente sus obras más a enseñar y conmover que a deleitar, aunque fundamentalmente éste es el rasgo que más está cambiando. Ya desde Teresa de Jesús encontramos la defensa de estos valores y, muy especialmente, una inteligencia emocional paralela a la inteligencia racional. También en las obras de la santa de Ávila se registra una decidida opción por los afectos y el uso del yo, en una enunciación personal, con forma autobiográfica e intimista.
Desde este enfoque más psicológico y experiencial (la interdisciplinariedad es la clave de los estudios sobre género en la actualidad), se marca como característica la incorporación de los sentimientos amorosos y las relaciones familiares, especialmente en la narrativa, aunque la incorporación del deseo amoroso se ha reconocido en principio como una raíz de la escritura femenina. Esto determinará, en lo formal, un punto de vista personal, que a la vez justifica el uso del yo como la fórmula predilecta de la enunciación femenina. También se relaciona con otro de sus rasgos universales una visión del mundo exterior desde adentro, con una fuerte implicación personal.
Este yo de la escritura de mujeres (su enunciación personal y la correlativa forma de autobiografía) es síntoma de una manera de ver el mundo y de instalarse en él, que suele expresarse también en visiones parciales, existenciales, aleatorias. Esto resulta en contraposición a las formas impersonales que muestran el mundo desde afuera, desde arriba y visto en su totalidad, propias de la tradicional escritura masculina.
En cuanto a la estructura, Jespersen ha definido la organización narrativa femenina como collar de perlas, mientras que a la masculina la compara con cajas chinas. Son más propios de la escritura de mujeres los finales abiertos, frente a la característica masculina de finales cerrados, en lo que todo queda bien atado.
En la literatura escrita por mujeres es común encontrar formas acumulativas, cíclicas, disyuntivas, donde tenga cabida lo fragmentario y hasta el mundo inconsciente, con una clara preferencia hacia lo parcial frente a la totalidad, característica que connota la segmentación de sus vidas. Se trata de una estructura relacionada con el proceso discursivo, que va enlazando las partes en un relato sarta y muchas veces como espiral, con varias líneas narrativas y libertad temporal y espacial. Resulta interesante señalar que correspondería a una organización anti barroca, cercana a las formas medievales, similar a las del Amadís y el Quijote.
Los saltos temporales suelen organizar el discurso, puesto que más que el tiempo cronológico se sigue el tiempo interior, subjetivo, en el que el presente muchas veces es explicado por el pasado, habitualmente enraizado en la infancia y las relaciones personales.
onsecuentemente con la mirada subjetiva, se ha determinado la preferencia femenina por los lugares interiores y los movimientos de horizontalidad, mientras que sus descripciones apuntan a detalles significativos vistos desde adentro.
El lenguaje que expresa esta visión particular del mundo suele ser indirecto, vacilante, a veces repetitivo, oscuro y hasta exagerado, con la espontaneidad del lenguaje oral y sus frases incompletas (recordemos los anacolutos que se le reprochan a Santa Teresa), todo ello en una expresión sencillista, calificada como "estilo en zapatillas".
Muchas veces se rompe la sintaxis y el orden lógico, denotando significativos silencios y elipsis, con una escritura paratáctica que señala que no es sólo logocéntrica, devenida puramente del pensamiento, sino también de la pasión y el deseo, con emoción y hasta lágrimas.
En síntesis: Se pueden destacar rasgos caracterizadores de una literatura escrita por mujeres, aunque éstos pocas veces son exclusivos, ya que, al parecer, solo la perspectiva y algunos motivos temáticos diferirían cualitativamente de los masculinos, mientras que las demás características son solo de grado, de mayor frecuencia de uso.

En Santiago del Estero
Blanca Irurzum.
Hay otras características que nos interesa muy especialmente para esta empresa de estudiar la literatura de mujeres en nuestra provincia, y es que por lo general, la actividad de cada una se desarrolla de forma aislada e individual y que la mayoría mimetizan la escritura de la época.
Las mujeres que escribieron en Santiago del Estero constituyen, como en todo el mundo, una minoría. No olvidemos que en una provincia tan mediterránea, tan del interior, la sociedad es más conservadora, y los cambios llegan con mayor retraso.
Para ser escritora se necesita, en primer lugar, una cultura superior, con abundante y buena lectura, lo que no es común en una provincia históricamente pobre y con altos índices de analfabetismo. Y se necesita lo que Virginia Woolf identificó como "un cuarto propio y una renta" suficiente, es decir, independencia y cierta soltura económica, condiciones que no son propias de mujeres, de ordinario atadas a una familia que atender. Y si todavía exigimos que escriba literatura, es decir calidad artística- que muy pocos de los que escriben lo consiguen- la cantidad se reducirá considerablemente.
En cuanto a los movimientos feministas y a su lucha por la igualdad del género, podríamos decir que su virulencia no llegó a nuestro ámbito provinciano, donde las diferencias de poder entre hombres y mujeres se fueron acomodando a las nuevas circunstancias mundiales de forma casi natural. De esta manera, si atendemos a las tres últimas generaciones, recién en la de las mujeres jóvenes de hoy se da un ingreso más masivo en el mercado de trabajo. Y a partir de las reivindicaciones políticas del peronismo, la mujer tiene un cupo en las listas de candidatos a cargos legislativos y ejecutivos.
Por otro lado, nos atreveríamos a afirmar que las pocas mujeres que en nuestro medio accedieron a la escritura no tuvieron una fuerte resistencia de parte de los hombres; más aún, muchas veces compartieron con ellos los espacios literarios, como los de la Brasa o la Carpa y hasta fueron festejadas y reconocidas por sus colegas masculinos.
Además, es preciso destacar que por sobre los valores de género siempre van a primar los valores personales, lo individual sobre lo grupal. Atendiendo a estas circunstancias, estamos en condiciones de señalar que podemos determinar tres tipos de posturas en la que, en general, se inscribirían las escritoras de Santiago del Estero en cuanto a la relación escritura-género. A la vez, asignamos para cada una de estas posturas una figura prototípica de la misma, entre las literatas consagradas.

Tres posturas básicas
María Adela Agudo
1 La tradicional femenina, que sigue el conocido estereotipo: Una mujer delicada, sensible, humilde, maternal, que escribe como bordando, con afán didáctico, sobre lo fragmentario, lo diminuto, componiendo canciones de cuna, rondas infantiles. Los temas íntimos y amorosos son lo suyo y muy especialmente la poesía: recordemos que en el ámbito cultural instituido por los hombres, se acepta más fácilmente que una mujer practique la poesía - y de ese modo se la caracteriza como más emocional e intuitiva, a la vez que se la aleja de la visión global y racional -. Una escritora que se acerque a estas características escribirá desde la marginalidad a la que la ha relegado el sistema patriarcal.
Ya hicimos mención a la dificultad y hasta injusticia de los encasillamientos – fea palabra- , porque se generaliza, se dejan de lado aristas personales que pueden ser significativas. Pero, como señalamos, nuestro intento es sistematizar de alguna manera la literatura escrita por mujeres. Y entendemos que una primera generalización como la que intentamos podrían servir de base teórica, a modo de fundamentos – ojalá no tan endebles – para otros estudios más minuciosos, más particulares, más enriquecedores.
Nos decidimos por María Adela Agudo como representante de esta actitud de tantas literatas mujeres que eligen sacar partido de los márgenes a los que el escritor hombre las confinó para desde allí poder incorporarse al centro del sistema literario, atendiendo a fundamentos que sintetizaremos en los siguientes:
Canal Feijoo la considera "una desterrada en su propio mundo" y rescata su profundo temperamento lírico.
Nicandro Pereyra confiesa: "nos ha quedado de ella una lección de humildad, serenidad y valentía".
José Andrés Rivas califica: "Los suaves tonos de sus versos, y las imágenes nuevas o inesperadas que nos deparan, nos dan cuenta de la existencia de un espíritu que escondía pudorosamente su batalla interior. Como ella fue en sus días en la tierra, su poesía sigue siendo una forma de la delicadeza."
De sus poemas extraemos expresiones que apoyan nuestra inclusión en este apartado: "mujer de la casonas moliendo un cereal de cantares", "vuelve a mi soledad, donde estamos ataviadas de distancias/ seductoras de tu última risa", Porque yo no tengo aún hijos de sangre y tú eras para mí un hijo hermoso y el niño y el hombre, para mí la niña, la madre viva", "mi anhelante nostalgia de eternizarme en trinos", "Para qué ser tan coqueta, por qué la apostura de mis tobillos", "las terrazas están llenas de niños y de ángeles". Algunos títulos de sus poemas también dan cuenta de los rasgos que distinguimos: "Pequeño poema", "La otra amante", "Ronda de la avenida", "La santarrita", "Fruta", "Dolor".
2 Una segunda postura se define por actitud tradicionalmente masculina de escribir, desde la centralidad, con un mensaje fuerte y urgida por ese mensaje. Se trata de una literatura realista, "de pensamiento" y con obras de mayor aliento, como el ensayo y la novela. Deja un tanto de lado la situación personal de mujer (sin perder los rasgos esenciales que señalamos en la expresión femenina), preocupada más por una temática social o política, de la que resulta una literatura muchas veces combativa, testimonial o "de tesis".
Con mayor seguridad que en el caso anterior, nos decidimos por la figura de Clementina Quenel como paradigma de esta postura en la literatura de mujeres de Santiago del Estero. Como en el ítem anterior, presentaremos muy rápidamente los fundamentos de esta elección:
I. José Andrés Rivas resulta uno de los apoyos más firmes para nuestra decisión, cuando señala que Silvestre, la protagonista de El Bosque Tumbado "se convertiría en metáfora de su propia autora. Como ella, tuvo que enronquecer su voz para hacerse oír en un mundo de hombres".
II.También resulta decisiva la afirmación de Roa Bastos: "La Argentina tiene un Horacio Quiroga mujer".
Clementina Rosa Quenel
III. Luis Alén Lascano reconoce en su obra literaria una conjunción de "emoción y pensamiento". IV. Su ingente obra comprende todos los géneros: poesía, cuento, novela, dramaturgia, ensayos y hasta incursionó en el periodismo. Se inscribe dentro del realismo, regionalismo y más específicamente en el movimiento nativista. A lo largo de sus páginas está siempre presente la denuncia, lo testimonial y un fuerte contenido telúrico.
V. Los títulos de sus obras denotan los rasgos señalados: El bosque tumbado, Elegías para tu nombre campesino, La Luna Negra, Los Ñaupas.
3 Una tercera postura – quizás más cercana en el tiempo- correspondería a una literatura escrita por mujeres que tratan de romper con las formas anteriores, comienzan a apropiarse del lenguaje y juegan con él. Transparentan por lo general una temática feminista, y conciencia de su búsqueda de una voz diferente. No encontramos, para esta postura, una representante que detente la rotunda definición de las anteriores. Creemos encontrar algunos rasgos que las ubiquen en esta nueva expresión, en las poesías de Betty Alba, con un lenguaje distinto, una poesía que más que intimista se puede considerar introspectiva y hasta con sentido trágico: "Penetrar en el amor como en un gran cementerio con espadas"( "Consagración"). Lo reducido de su producción nos hace entrever estas notas, que no se sostienen por falta de una obra de mayor alcance.
Pensamos que algunas escritoras (poetisas casi todas) que actualmente están produciendo en nuestro medio, podrán con el tiempo y una mayor producción, sustentar esta postura.

Telurismo
Ya habíamos advertido, al comienzo de nuestro trabajo, que los encasillamientos resultan incompletos, injustos y dejan de lado notas muchas veces significativas. Por ello, no podemos cerrar estas líneas sin reconocer, también en la literatura escrita por mujeres de nuestra provincia, un rasgo que caracteriza a la literatura santiagueña, que podríamos llamar telurismo, el que deviene de la descripción del paisaje y los tipos humanos nativos, el folklore, la mirada hacia adentro, hacia las raíces y los motivos tradicionales.
Terminamos, entonces, con lo que expresamos al principio del trabajo: nuestra intención de hacer justicia: poner en el otro platillo de la balanza la literatura de mujeres. Cuando el fiel llegue al punto medio, señalará un centro más ancho del universo literario, contenedor de toda la literatura, y solo habrá diferencia, entonces, entre las obras estéticamente superiores y las inferiores. Ojalá podamos llegar a esa situación.©El punto y la coma y la autora.
Notas:
* Lillian Glass (1995). El dice, ella dice, cómo mejorar la comunicación entre el hombre y la mujer, Barcelona: Paidos. La autora establece 105 diferencias originadas en la comunicación por el sexo del hablante.
** No vamos a extendernos en consideraciones feministas, pero es sabido que la mujer estuvo siempre relegada al seno del hogar y alejada de la cultura, la lectura y más aún de la escritura. Así, la hostilidad hacía la mujer culta es algo tan característico que se puede encontrar ya en Juvenal, en el siglo I de nuestra era, pasando por Moliere (Las mujeres sabias), Quevedo (hembrilatinas), Andre Gide... y recorre nuestra cultura hasta nuestros días.

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* Publicado por primera vez en "El punto y la coma"

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