jueves, 14 de julio de 2011

Las fundamentales batallas de San Ignacio y Pozo de Vargas

Antonino Taboada.
Castor López

Existe la generalizada opinión que, inmediatamente después de la trilogía de las merecidamente célebres batallas de Caseros, Cepeda y Pavón, ocurridas entre los años 1852 y 1861, Argentina comenzó su proceso de pacificación nacional, sin mayores peligros internos. Pero 6 años después, en el año 1867, hubo 2 batallas en el interior de nuestro país, mucho menos conocidas, incluso casi ignoradas, pero que resultaron determinantes para la unificación argentina.
Aquel año, aprovechando que nuestro país estaba en guerra con el Paraguay, había surgido contra el gobierno nacional de Bartolomé Mitre la entonces llamada “Revolución de los Colorados”. A fines de marzo del año 1867 en la región de Cuyo, el General Arredondo había enfrentado y derrotado a las fuerzas rebeldes conjuntas de los montoneros Juan Videla y Felipe Saa en la batalla de San Ignacio.
Solo ocho días después, en la provincia de La Rioja, en la batalla de Pozo de Vargas, el general santiagueño Antonino Taboada resistía a los revolucionarios y vencía también al montonero riojano Felipe Varela que se había unido al invasor chileno Coronel Medina, de particular fama de ferocidad guerrera. Esta ultima victoria, fundamental para la organización nacional, fue obtenida en condiciones muy desfavorables.
El general Taboada contaba con solo 1.700 hombres pues, en su doble condición de Jefe del Ejercito Argentino del Norte y Jefe de Frontera de las líneas de fortines sobre el río Salado, no podía descuidar los todavía continuos ataques de los malones de indios desde el Chaco. Felipe Varela, incluyendo a las fuerzas chilenas, disponía de más de 6.000 hombres. Solo su caballería era de alrededor de 3.000 jinetes.
En aquellas batallas, el número de los combatientes era determinante del resultado. Solamente la estrategia desplegada y la enjundia y el valor de los soldados y oficiales combatientes desequilibraban. La asimetría de las fuerzas da una idea de la bravura exhibida en aquella batalla por santiagueños, tucumanos y catamarqueños al mando del general Taboada, en defensa de la naciente institucionalidad argentina. Una melódica zamba santiagueña la recuerda desde entonces.
Estas dos batallas, de San Ignacio y de Pozo de Vargas, fueron a la organización nacional, lo que la batalla de Tucumán fue a la independencia de nuestro país. Si sus resultados hubiesen sido adversos frente a los montoneros colorados, las secesiones de las regiones de Cuyo, del norte argentino, del Litoral y de la misma provincia de Buenos Aires habrían sido inevitables, dividiendo la Argentina e impidiendo la pacificación y la organización nacional.   

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